Extravagancia

La extravagancia podía estar en el color de unos calcetines o en el peinado de alguna forastera a la que hubieran invitado a una fiesta

Antonio García Barbeito

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Aquella tarde de verano, desde que salió de su casa cerca de la Cárcava, el Niño de Tormenta convirtió en admiración todas las miradas que se fijaron en él cuando subía, carretera arriba, a la zona de los casinos y la Plaza. El Niño de Tormenta había vuelto a la tribu tras una larga temporada de emigración, y decidió que aquella tarde de domingo era la mejor para salir con los pantalones dos dedos por encima de los tobillos y aquellos calcetines colorados que despertaron comentarios entre unas gentes que, en calcetines, como en tantas otras cosas, no había salido del blanco y negro, con ligera parada en el gris oscuro: «Ha pasado ahora mismo el Niño de Tormenta con unos calcetines coloraos… ¡parece un pájaro perdiz…!»

La extravagancia podía estar en el color de unos calcetines o en el peinado de alguna forastera a la que hubieran invitado con ocasión de alguna fiesta. Lo raro era, entonces, cualquier cosa: un brazo tatuado que no fuera de un legionario (los tatuajes de hoy quizá deriven de nuestras calcomanías de ayer); alguien que llegara con un magnetófono, con una guitarra; alguien que supiera decir seis palabras en francés o en inglés; o un color de chaqueta o de jersey, una camisa que no se arrugara; o alguien que acabara de llegar de Madrid, de viaje de novios, y hablara del metro, del avión o del coche-cama. Recuerdas la que se formó en el pueblo cuando los Navarro volvieron de Barcelona tocando la armónica y bailando el twist. Era raro incluso ver a alguien fumando emboquillados, o a una chavala de la capital que, con la falda más bien corta, te pidiera que la invitaras a un vino dulce en el bar, cuando ninguna mujer entraba, ni sola ni acompañada. Pero la extravagancia fue desapareciendo poco a poco, al mismo ritmo que las calles fueron llenándose de más extravagancias. Aquello que resultaba raro un día, al día siguiente estaba muy visto, y al siguiente, caducado. Causó extrañeza la primera pareja de novios que iban abrazados por el paseo; y lo fue ver al primer paisano que se dejó el pelo largo o las barbas; y lo fue ver que, por primera vez, alguien no se ponía luto por su madre; y fue comentario de todo el mundo la imagen de la primera mujer que se puso un cigarrillo en la boca, en público; y lo fue el primer saludo entre muchacha y muchacho con un beso en la mejilla, y fue una bomba la primera vez que se habló de un divorcio y aun de una separación… Hasta que todo fue suavizándose, haciéndose corriente, porque iban sucediéndose las extravagancias y los atrevimientos. Hoy, los calcetines del Niño de Tormenta causarían extrañeza, sí, pero por catetos, por obsoletos.

antoniogbarbeito@gmail.com

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