PUNTADAS SIN HILO

Esto (no es) carnaval

Si la administración cuela su intervencionismo bienpensante, el carnaval de Cádiz se convertirá en una gala de los Goya

Chirigota «Una corrida en tu cara», que ridiculizaba a Andrea Janeiro LA VOZ DE CÁDIZ
Manuel Contreras

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Las indecorosas alusiones de una chirigota a la hija de Belén Estaban y Jesulín de Ubrique han abierto un debate sobre los límites del animus iocandi —la guasa, vaya— y la libertad de expresión en el carnaval gaditano. En su polémico cuplé, la chirigota en cuestión —cuyo nombre, «Una corrida en tu cara», ya hacía presagiar que la elegancia no era su principal baza en el certamen— califica a la joven de «horrenda», e insta a su padre a mantener pixelado su rostro en las fotografías hasta que tenga treinta años. La joven, que acaba de cumplir 18 años, envió un requerimiento legal exigiendo la retirada del cuplé, iniciativa que fue desoida por la chirigota, que incidió en su chanza. El incidente ha sido recibido con cierto desagrado por los centinelas de la corrección feminista dominante, y aunque su reacción en redes sociales ha sido discreta —al fin y al cabo las frases no eran atribuibles a nadie del PP ni de ninguna institución conservadora—, lo cierto es que algunas voces se han preguntado por los límites de la libertad de expresión en el carnaval. Por otro lado, la decapitación de un Puigdemont llorica por otra chirigota, celebrada con algarabía por el respetable del Falla, ha provocado que desde Cataluña se plantease si dicha actuación supone un delito de odio, tipificado en el código penal.

Personalmente, no me hace ninguna gracia que un grupo de chirigoteros se mofe de una niña recién asomada al mundo adulto. A diferencia de las hijas de otros famosos, Andrea Janeiro ha decidido permanecer en un segundo plano y no comercializar con su imagen. No me provoca risa que le canten que no puede doblar las sábanas porque no tiene barbilla. Los chistes sobre defectos físicos son recurrentes y poco imaginativos, y del genio carnavalero se espera algo más de brillantez. Sin embargo, la simple idea de ejercer cualquier tipo de censura sobre el carnaval en el nombre de lo políticamente correcto produce terror. Si la administración encuentra una rendija para colar su intervencionismo bienpensante, es fácil imaginar en lo que se convertiría la cita del Falla: coros con representación de todas las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas; chirigotas paritarias y letras sobre igualdad, feminismo y memoria histórica. El concurso del carnaval se convertiría en una gala de los Goya.

Un carnaval condicionado no sería carnaval. El carnaval es un soplo de libertad irreverente, y como tal hay que dejarlo. No puede tener más regulación que la que dicte el sentido del humor, y hay que aceptar incluso aquello que nos parezca reprobable. En una sociedad cada vez más intervencionista y encorsetada por normas de correción neoprogresistas, el carnaval gaditano supone una reivindicación de liberalismo en la cuna de las libertades. El único castigo que puede recibir una chirigota es la negación de la carcajada.

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