PUNTADAS SIN HILO

¿Dónde estabas entonces?

Ante las agresiones a la democracia no hay posiciones equidistantes: se está con el sistema o contra el sistema

Acto de homenaje a Alberto Jiménez Becerril y su esposa Ascen EP
Manuel Contreras

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Entonces no existían móviles ni redes sociales, y la vida no se retransmitía en directo. Yo, que trabajaba en un periódico, no me enteré hasta la mañana siguiente de que el odio había reventado en dos disparos la pacífica convivencia de la ciudad. Recuerdo el escalofrío al ver en el quiosco la portada de ABC, el rostro devastado de los compañeros que cubrían la información municipal, los ojos llorosos de los miembros del equipo de Soledad Becerril. Abrumaba la cercanía del horror: era estremecedor oir los testimonios de los amigos que habían almorzado con el matrimonio en Trifón; la última copa que tomaron con José María Pareja, Toni Martín y Juan Bueno en el Antigüedades, las lágrimas de Luismi Martín Rubio al llegar al lugar del crimen, todavía con los cuerpos sobre el empedrado de Don Remondo.

Todos los sevillanos recordamos dónde estábamos el día que mataron a Alberto y Ascen. Todos intuíamos que la vida ya nunca iba a ser igual, que por mucho tiempo que pasara la cicatriz iba a permanecer en la corteza emocional de la ciudad. Aprendimos que el terror irracional podía interrumpir en cualquier momento nuestras polémicas domésticas y dejarnos a todos anodadados en una nube de rabia y miedo. Pero también aprendimos a levantarnos, a pintarnos las manos y a gritar. A comprender que la democracia no es un estadio inalterable que cae del cielo, sino un sistema frágil que exige cuidados permanentes y un compromiso irrevocable. Entendimos que ser ciudadanos de una nación democrática no consiste sólo en votar con desgana cada cuatro años, sino también articular los mecanismos políticos y judiciales para convivir en la discrepancia sin tener que solventar las diferencias a base de tiros. Recordamos todos dónde estábamos aquel día porque supimos que el dolor se combate con firmeza.

Hoy han pasado veinte años y no basta con el justo homenaje a la memoria de Alberto y Ascen. El tiempo parece haber desdibujado aquella lección de unidad y no parece que muchos españoles tengan claras las líneas rojas que traza el rotulador insobornable de la democracia. La nueva extrema izquierda desatiende el sendero del respeto y la tolerancia y pretende reinventar el sistema desde su prisma demagógico. La ausencia de Podemos e Izquierda Unida el pasado lunes en la entrega del premio de la Fundación Jiménez-Becerril, justificada torpemente con alusiones a problemas de agenda, no es sólo un feo gesto con la memoria de dos inocentes, sino un flagrante desprecio a los valores democráticos. Ante las agresiones a la democracia no hay posiciones equidistantes: se está con el sistema o contra el sistema. Los demócratas recordamos nítidamente dónde estabamos el 30 de enero de 1998. Podemos, IU y el independentismo catalán deben decir dónde están hoy.

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