Déjame que te cuente, Pradera

María Dolores Pradera hizo por la cooperación iberoamericana más que muchos organismos oficiales

María Dolores Pradera dejará una gran huella en el recuerdo ÁNGEL DE ANTONIO
Antonio Burgos

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Déjame que te cuente, María Dolores, limeña de España, el ensueño que guarda tu memoria. Hasta que María Dolores Pradera la cantó, yo no escribí las «Habaneras de Cádiz». Le puso música Carlos Cano, pero no existió hasta que la querida «Praderita» la señaló con su dedo de diosa de la Capilla Sixtina de la Canción con que levantaba monumentos musicales en la memoria, rumor de olas entre España y América en el modo de decir las canciones, la vida, los sueños, de esta gran señora que se nos ha ido. Gracias, María Dolores, por haber dado toda una vida, sencillamente la vida, a las canciones de la memoria del corazón. Como una diosa sin edad, fuera del tiempo, uniendo generaciones en los sentimientos que no cambian, amarraditos los dos. Decía poemas más que interpretaba canciones. Como aquella hija de don Juan Alba de su tanguillo, «dicen que canta canciones de sus amores de moza», pero mal la conocían quienes tal afirmaban. Utilizando músicas y letras como una pluma de plata, María Dolores, que se movía mejor que las olas entre las canciones que llegan al corazón porque del corazón salen, fue escribiendo el largo poema de toda una vida entregada a la belleza.

Hay quienes gritan las canciones, incluso quienes las saltan e interpretan casi gimnásticamente. María Dolores cantaba con la cabeza y cantaba con el corazón. Recreó un mundo con temas que en la mayoría de las ocasiones no fueron escritos para ella, y que antes tuvieron otros intérpretes, pero que andando el tiempo y la memoria y los sentimientos, parece que no hubieran sido posibles sin su voz, su ternura, su armonía, su delicadeza. Quizá esos letristas, esos compositores estaban pensando sin saberlo en María Dolores Pradera cuando hacían esos monumentos de creación popular. ¿O acaso Chabuca Granda no estaba pensando en la Pradera cuando del puente a la alameda nos venían los olores coloniales e indianos de «La Flor de la Canela»? Para mí que Belisario Pérez y Margarita Durán pensaban en ella cuando en «Amarraditos» creaban ese mundo de jazmines en el ojal, cocheros que esperan a la puerta de la iglesia mayor y saludos tocando el ala de sombreros imposibles. Seguro que Mario Cavagnaro pensaba en las manos de María Dolores para los amores imposibles de «El rosario de mi madre», que lo nuestro nos lo siguen enviado cualquier tarde, fina estampa de las barandillas del puente, donde preguntamos de dónde son los cantantes cuya memoria nos queda en un rincón del alma.

Ahora que su voz ha callado para siempre compruebo que María Dolores creó un mundo a ambos lados de la mar océana que siente en español. Fue una embajadora de España, un Instituto Cervantes en sus largos años de discos y recitales. Y como un galeón de la Carrera de Indias que nos trajo en los hondones de su memoria todo el tesoro de la música popular hispanoamericana. María Dolores de ida y vuelta, como los cantes flamencos que anduvieron de un lado a otro de la mar, las milongas, las colombianas, las guajiras, mucha España en América y mucha América en España. Que las guitarras de Los Gemelos, punteo y son, charango y quena, requinto y plena, fueron siempre para ella como las torres gemelas de la fachada de una catedral colonial alzada sobre calles de barandales de caoba y mecedoras, entre quencias, flamboyanes y bouganvillas. Con la intencionada belleza de la selección de su repertorio, María Dolores Pradera hizo por la común cultura de nuestros pueblos hispanos y por la cooperación iberoamericana más que muchos organismos oficiales. Adelantó con los balduques de la belleza de su voz y su señorío a toda la burocracia de juegos florales del Instituto de Cultura Hispánica y, luego, por el corazón, al Instituto de Cooperación Iberoamericana. España se ha quedado sin su gran señora de la canción, pero la América hispana se ha quedado sin voz que nos la acerque. Ojalá que te vaya bonito, querida María Dolores.

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