A casa

Lo siento por Hierro, que tras el «accidente» se quedó allí con el enfermo y ha vuelto a España con el cadáver

Antonio García Barbeito

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Y no quiero llantos. Nos han echado del Mundial de Rusia porque los nuestros lo estaban pidiendo a gritos desde el minuto uno, y no por la destitución de Lopetegui, que me hubiese gustado que el batacazo no tuvieran que apuntárselo al bueno de Fernando Hierro sino al otro, al que le importó el Madrid por encima de todo. Nos preguntamos cómo esta España nuestra no tiene de sus hijos todo el cariño que merece, y si nos paramos, en el ejemplo de Lopetegui —y de Florentino—, podemos explicárnoslo. Aquí cada cual va a lo suyo y que Dios se encargue de lo de todos.

Lo siento por Fernando Hierro, de verdad. El chaval se quedó en Rusia para recoger los despojos del ánimo de una selección a la que había abofeteado Lopetegui con un sí al Madrid en vísperas del Mundial, y a la que la posterior destitución acabó mareando, sin saber para dónde tirar, por más que Hierro estaba allí, firme, dando la cara por los futbolistas, por el himno, por la bandera, por el fútbol, por España. Pero su selección, la selección española no sabía si en Rusia había que jugar al billar o al dominó. Flojitos atrás, flojitos en el centro del campo y mucho más flojitos en la delantera. Y en la portería… ¿Imaginan que el portero hubiese sido Sergio Rico? No llega vivo a España. Pero, claro, De Gea dirá que por qué no miran para todos los puestos de la selección, desde él al último. Lo cierto es que fuimos a octavos para sacar cuartos y nos han partido la cara. Y ha sido Rusia. Ojú. Ni VAR ni santiguos. El fútbol, cuando es tan pobre como el de España, no tiene solución ni de milagros ni de nada. Es posible que la culpa de esta selección muertecita de tristeza la tenga Sánchez, que merodea tumbas y amigos de asesinos, y hay en el ambiente un espeso aire de pésame. Pero no quiero llantos. Ya quisieran millones de españoles de julio mirarle la cara al verano con lo que se han embolsado los chicos de la selección por volver a casa llorando y con el cuerpo —sálvense los que no los tengan— lleno de calcomanías de ahora, digo tatuajes. Claro, con tanto tatuaje, van sangrando lentamente de mostrador en mostrador, entre dos copas que nunca se ganaron, donde se ahoga su dolor… O no. Y llegarán a casa y dirán: «Mira, mi pecho tatuado con este nombre del Mundial: Rusia.» Para siempre irán con él. ¿Qué pasó del Mundial? Escúchame, marinero, y dime qué sabes de él, digo del que tiró el penalti, que era gallardo y altanero y era más rubio que la miel. Y no quiero llantos. Lo siento por Hierro, que tras el «accidente», se quedó allí con el enfermo y ha vuelto a España con el cadáver. Y Lopetegui, riendo con Florentino. Ay…

antoniogbarbeito@gmail.com

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