OPINIÓN

Un legado que florece

Mi tío nos ha enseñado una filosofía de vida, una forma de ser y estar en el mundo

Salvi Macías Parrado

Cádiz

José Parrado, mi tío Pepe, llegó a Cádiz un 3 de abril de 1963 con apenas 11 años. Su destino lo llevó a trabajar de diez de la mañana a dos de la madrugada en el bar La Bella Sirena, un rincón del casco antiguo impregnado de vida y de historias. Estas navidades me contó que durante diez largos meses apenas tuvo el privilegio de ver a su madre, hasta que al fin llegaron las tan anheladas y merecidas vacaciones. Diez años más tarde, cuando se hizo mayor (entiendo que la hostelería a esa temprana edad de la vida te hace madurar más rápido), emprendió su primer negocio en Trille. Allí se fraguó el legado más exquisito para las primaveras de Cádiz: los caracoles.

No obstante, más allá de su destreza en los fogones, el verdadero legado de mi tío Pepe trasciende las fronteras del paladar. Mi tío nos ha enseñado una filosofía de vida, una forma de ser y estar en el mundo. Durante estos días, hemos sido testigos de un torrente de cariño que coincide en un punto fundamental: Pepe era muy buena persona. Y ya sabemos que no es lo mismo ser buena gente que gente buena y Pepe, mi tío, pertenecía a esta última categoría.

Pepe tenía el don de escuchar con atención a aquellos que se acercaban a él con sus inquietudes, ofreciendo consejo y apoyo sin hacer ruido. Les escuchaba con tanta atención como escuchaba el flamenco más jondo en La Perla. Siguió a rajatabla el mandato cristiano y humanista de amar hasta el extremo. Y tal era su compromiso con esta máxima que incluso se atavió como rey mago para asegurar que ninguna niña ni ningún niño se quedara sin su juguete.

Con sigilo, templanza y honradez, Pepe velaba por su familia, sin olvidarse nunca de sus raíces. Unas raíces que, parafraseando a Juan Ramón Jiménez, me han dado alas. Porque Pepe es un referente en mi vida, es un modelo a seguir, es un espejo en el que reflejarnos para mejorar como personas y, en consecuencia, para construir una sociedad más justa y solidaria que mire una mijita más por la persona que está a nuestro lado. Ahora, nuestro reto es hacer que su legado germine y florezca en cada primavera gaditana.

«¿El secreto de unos buenos caracoles? Que sean de buena calidad, que estén muy bien lavados, tratarlos con mucho mimo y hacerlos a diario» decía mi tío Pepe. Y quién sabe, tal vez en esa sencillez radique también el secreto de una vida plena y auténtica.

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