Un punto medio

El ataque yihadista de Algeciras ha vuelto a sacar lo peor de nuestros políticos más extremistas, tanto por la derecha como por la izquierda

Ignacio Moreno Bustamante

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Suele ocurrir. En apenas cuatro días, el mundo Twitter –y de las redes sociales en general– ha sacado de su cueva a millones de expertos en la yihad. También a miles de especialistas en tratados de extradición y deportaciones de inmigrantes ilegales. Con máster y especialización en acuerdos bilaterales de Marruecos tanto con España como con Reino Unido, más concretamente con Gibraltar. Resulta increíble y a la vez esperanzador –por lo que tiene de recuperación de la fe en la especie humana– comprobar cómo gente que no sabe apenas escribir, que comete una media de cuatro erratas en la construcción de una frase de no más de diez palabras, sin embargo es capaz de aleccionarnos sobre cuánto tiempo debe transcurrir antes de que un país determinado envíe de vuelta a su casa a todo aquel que cruce una frontera de manera ilícita. Debe ser cosa de los móviles. Es cierto que para estos ilustrados del siglo XXI cada tecleo en la pantalla es una patada al diccionario. Pero todo sea porque nos compartan el torrente de sabiduría adquirido gracias a tutoriales de Youtube o vídeos de 30 segundos de TikTok. Y sobre todo, al sano intercambio de ideas y los profundos debates surgidos entre los propios tuiteros de forma espontánea.

Así, desde que en la tarde del pasado miércoles Yassine Kanjaa decidiera empuñar su enorme machete hasta ahora, han surgido dos corrientes de pensamiento distintas. Por un lado aquellos que reprochan que España haya permitido a este asesino vivir entre nosotros de manera ilegal durante largos meses. Más aún cuando Gibraltar tardó apenas unos días en devolverlo a su casa la primera vez que cruzó el Estrecho en una moto de agua. Digamos que si le pone usted a todos ellos la cara de Santiago Abascal no anda descaminado. En el otro extremo, los que opinan que el mundo no debe tener fronteras y que cada persona que cruce la que a nosotros nos separa de África, bien sea en patera, saltando la valla de Melilla o en los bajos de un camión, debe quedarse para siempre aquí, aunque delinca y a riesgo de que se radicalice. En este caso póngale usted la cara de cualquier 'buenista' de PSOE o Podemos, por ejemplo, y ahí lo tiene. De manera caricaturizada, este sería el panorama que vivimos a día de hoy tras el trágico suceso de Algeciras. Negro o blanco. O al menos el panorama que nos pintan los que más ruido hacen.

Sin embargo enmedio de ellos hay una inmensa mayoría silenciosa. Los grisaceos. Los que opinan que, por humanidad, a los inmigrantes ilegales no se les debe devolver 'en caliente', pero que tampoco podemos permitir que vivan entre nosotros personas al margen de la ley. Ni dos días ni diez meses. Es seguro que entre un extremo y otro, entre tanto radical indocumentado, debe haber un punto medio. Y para alcanzarlo, es indispensable que esto quede única y exclusivamente en manos de los que saben: jueces y fuerzas de seguridad. A ellos, y sólo a ellos, es a los que debemos dejar trabajar. Sobra tanta palabrería. Y falta confianza en nuestras leyes e instituciones. Sobran tuiteros. Y tenemos muchos, demasiados, políticos radicales.

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