OPINIÓN

Dos de mayo

Admiré mucho al vendedor y al vino acabé echándole gaseosa

A los catalanes la república les duró ocho segundos y tampoco se puede decir que mejorara la vida de sus ciudadanos. No les dio tiempo ni a ganar el Mundial, que para eso se necesitan al menos unos meses de preparación y comprar a alguien ... con más peso en el estamento arbitral que Enríquez Negreira. Envidio, sin embargo, a los independentistas que vivieron ese sublime momento y durante ocho segundos alcanzaron un orgasmo patriótico. Daba gloria verlos con sus caritas alucinadas, como de santa Teresa en éxtasis o de heroinómano en pleno viaje, antes de comprobar cómo su mesías primero les cortaba el rollo y luego se metía en el maletero de un coche. Todavía les dura el síndrome de abstinencia y van lloriqueando por las esquinas que 'ho tornarem a fer', que ya son ganas de hacer el gamba.

El dos de mayo es una buena fecha para reírnos un poco de las patrias, que tienden a convertirse en unas exaltaciones sanguinolentas de banderita, himno y ongietorri. A mí siempre me pareció que nos habría ido mejor si los franceses nos hubieran conquistado, aunque reconozco que da mucha rabia que a uno lo invadan. Ahora iríamos por las calles con gabardinas raídas y caras tristes, como Belmondos de provincia, y el París Saint Germain se estaría jugando el sexto puesto de la Liga con el Betis. En España tenemos muchas cosas buenas, pero los franceses las venden mejor. Una vez, en Burdeos, un tipo se tiró veinte minutos para colocarme, con todo lujo de perífrasis y lacitos, una botella de vino. Se la compré y el hombre puso cara de estar siendo estafado, como si me entregara un riñón en el mercado negro. Admiré mucho al vendedor y al vino acabé echándole gaseosa.

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