OPINIÓN

Nomofobia

La sociedad te obliga a usar estas herramientas, el problema es dónde poner el límite entre la necesidad funcional y la necesidad emocional

Patricia Gallardo

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El otro día leí que una adolescente china de unos trece años se había gastado los ahorros de sus padres, no sé cuántos mil yuanes que venían a ser unos sesenta y pico mil euros (lo que te cuesta un piso, vaya) en apps de juegos on line, todo el día enganchada al móvil la criaturita. Uno puede pensar que es una cantidad exagerada, pues que se lo digan a su madre cuando vio que en la cuenta tenía cero con trece yuanes o lo que es lo mismo, o aproximadamente, un euro. (Que esa es otra, la chiquilla hizo todo lo posible por ocultar transacciones y avisos bancarios, un caso claro de premeditación y alevosía).

Porque la niña no sólo gastaba para ella, sino que pagó por los juegos de otros compañeros de clase, no es que ella fuera extremadamente generosa, sino que lo hizo para que la dejaran en paz en su burbuja virtual, alentando a otros a hacer lo mismo. Y mucho de nosotros pensaremos. «Buah, es que estos asiáticos son muy particulares con las tecnologías y no suelen ser tan sociales como los europeos, no hay más que ver a los japoneses esos encerrados en su piso durante todo el año».

Pero nada más lejos de la realidad, en España casi un 53% de la población usuaria de móvil sufre de nomofobia, es decir miedo irracional a permanecer sin móvil durante un tiempo, y que de este porcentaje el 81% son gente joven, lo que no es de extrañar si tomamos en cuenta que estamos en la era digital donde ya prácticamente todos los trámites se hacen a través de internet y más concretamente a través de las aplicaciones móviles. Es decir, la sociedad te obliga a usar estas herramientas, el problema es dónde poner el límite entre la necesidad funcional y la necesidad emocional.

Todos creemos que esta necesidad emocional es más patente en los adolescentes, o si me apuras en niños, como en el caso de la chica china de la que he hablado, o en los casos que nos rodean a diario con adolescentes mimados por sus padres (qué lástima culpar sólo a los padres, que por supuesto es un factor decisivo en la educación de los hijos, pero, ¡ojo!, también influencia mucho el entorno), por su considerada falta de madurez, otra cosa en la que discrepo, porque conozco más de una docena de adolescentes mucho más maduros incluso que sus padres.

A lo que voy, normalmente achacamos las adicciones a gente con falta de madurez, demasiado aburrida o con debilidad de carácter. Pues bien, yo no me considero ninguna de esas tres cosas, y cuál fue mi sorpresa, cuando buscando algo de información para esta columna, descubrí que de entre los signos que alertan un caso de nomofobia, yo ya comparto algunos de ellos sin ser consciente; como la de revisar los mensajes, tal vez no de manera compulsiva, pero sí recurrente.

El dormir con el móvil cerca, esto es más por costumbre, que por necesidad, pero la cuestión es que lo hago…También llevar baterías portátiles es otro de los signos, yo no las llevo siempre, sólo a eventos en los que sé que voy a hacer muchas fotos o vídeos para el canal de YOUTUBE, pero quién me dice que no la lleve más adelante, y por último mi marido a veces me mete una colleja (metafóricamente hablando, no la vayamos a liar), para que deje el móvil un ratito, ante esto último diré en mi defensa que él es un poco exagerado (claro ejemplo de negación por mi parte), y que combino las sesiones del móvil con la del ebook. En fin gracias que me he dado cuenta a tiempo del hecho de que quedarme sin móvil no me «inrite», pero ojito que estoy pisando terreno resbaladizo.

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