OPINIÓN

La delgada línea entre la devoción y el folclore

Me choca mucho que algunas hermandades hagan encargos de mantos bordados a talleres de Pakistán y a orfebres de segunda

Patricia Gallardo

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Hace un par de semanas, más o menos, vi el reportaje de Canal Sur sobre el Jubileo de las cofradías que tendrá lugar en Roma entre los días 16 y 18 de mayo al cual están invitados (por el mismísimo Papa Francisco) dos afamados pasos ... de nuestras Semana Santa andaluza: El Santísimo Cristo de la Expiración, conocido como «El Cachorro» del barrio sevillano de Triana, y la Virgen de la Esperanza de Málaga. En dicho reportaje hablaban de los preparativos del viaje, de las medidas de seguridad que se aplicarán para el traslado de las imágenes y toda su orfebrería, del cuidado tan específico y tecnológico que necesitarán para que las piezas lleguen sanas y salvas, etc. Además de contar toda la tradición que había detrás de las hermandades relatadas a través de los hermanos y artesanos que se encargan de su custodia y mantenimiento. Todo esto hace hincapié en el tremebundo valor patrimonial que está bajo la responsabilidad de estas entidades, en su mayoría depositarias de la gran parte del arte sacro nacional. Así que me choca mucho que algunas hermandades hagan encargos de mantos bordados a talleres de Pakistán y a orfebres de segunda que no saben tratar los metales preciosos con la profesionalidad que se merecen tan solo por abaratar gastos. Además de que dichos talleres no entienden del simbolismo que deben tener muchas de las piezas, por lo que te puedes encontrar un manto como si fuera diseñado por una mala IA. Entiendo que la artesanía sacra no es barata, pero siempre se ha trabajado poco a poco. Así que esto, junto la osadía de sacar los pasos a la calle cuando hay amenaza de lluvia, me hace pensar que la devoción, esa que nos hace ofrecer lo mejor que tenemos a un sentimiento superior, está dando paso al folclore donde lo que más importa es aparentar que sentir, que también es lícito, pero que es una pena que sea a costa de los tesoros históricos y la pérdida de entidad. En fin daños colaterales de la globalización.

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