OPINIÓN

IX Congreso internacional de la lengua española

Tengo muchas intenciones de halagar el evento como podéis ver, pero no sería sincera si no comentara alguna peguilla

Patricia Gallardo

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Muy lejos estaba de mi imaginación, cuando el pasado julio abogaba por la candidatura de Cádiz a ser sede del congreso de la lengua española, que iba a disfrutarlo dos años antes de lo esperado, puesto que estaba previsto para el año 2025. La ciudad de Arequipa (Perú), por motivos que todos sabemos a través de las noticias, nos pasó el testigo. Y Cádiz, cómo no, lo cogió al vuelo, ¡y cómo no!, hizo un trabajo al nivel que nos tiene acostumbrados, abriendo sus puertas grandes al mundo, o para ser exactos sus casapuertas, ¡cómo no lo haría de bien que hasta el buen tiempo nos acompañó! La tacita de plata soleada, engalanaba sus calles con palabras de bienvenida, muy de aquí, muy «de Cadi» para que todo aquel visitante las aprendiera, o los de la casa las recordaran. Pero no solo de palabras vivió la ciudad esos días, sino de otros eventos culturales, exposiciones, música… y del buen ambiente participativo y hospitalario que caracteriza al gaditano, pero sobre todo espontáneo, de no ser así nunca hubiéramos tenido «al primer rey cajonero».

Tengo muchas intenciones de halagar el evento como podéis ver, pero no sería sincera si no comentara alguna peguilla. Aquí van las peguillas y me las quito de en medio: el congreso duró muy poco, por lo que todas las sesiones plenarias estaban tan concentradas que no te daba tiempo a disfrutar de los ponentes, algunos incluso se quedaron cortos, y otros, no demasiados, se alargaban tanto en su disertación que casi no daban tiempo al resto a participar, o tomaban tiempo del descanso, aunque como he dicho antes, estos eran los menos, ya que los moderadores hicieron muy bien su trabajo. En cuanto a los paneles, me costó la misma vida poder elegir un tema, puesto que todos eran muy interesantes. Lo dicho se hubieran necesitado más días para poder disfrutar de pleno del congreso, una pena.

Y la última peguilla: había varias actividades simultáneas con el congreso, tales como directos de radio o lecturas interesantes, en las que no podías participar si estabas en los plenos, sí ya sé, yo lo quiero abarcar todo, ¿qué le vamos a hacer? Pero aparte de esto, conocer de primera mano a tantos académicos y personas relacionadas con el mundo del español fue una pasada. Me sentía como una «groupie» del mundo académico. Escuchaba embelesada cómo nuestra constitución influyó en el continente americano, como el mestizaje e interculturalidad enriquecían nuestro idioma, y que al igual que aquí tenemos extranjerismos, los mexicanos se empeñaron en tener españolismos, porque es cierto que no todo lo que se dice es España se dice en México, y ya puesto en el resto de la comunidad hispanohablante, o viceversa. También se abogó por cuidar otras lenguas naturales, como el náhuatl o el quechua por ejemplo, en el ámbito de la convivencia, no de las supremacías lingüísticas, ya que aunque poca gente lo sepa, casi el 60% de la población mundial es bilingüe. Y ya se sabe que la lengua y la literatura, como el cante, son de ida y vuelta. De allí nos trajimos, entre otras, la canoa, el cacao, el cacahuete, el caucho o la cancha. Todo ello a través de las voces armoniosas de los ponentes, cuyos acentos te transportaban al otro lado del océano…

Aquí no se acaba todo lo que tengo que decir sobre el asunto, que como veis da para mucho, pero como no me queda mucho sitio en la página, continúo contándoos mi experiencia en la columna de la próxima semana.

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