OPINIÓN

Alicia, el conejo, el gato y la reina de corazones van al súper

«Que todos nos hemos tenido que apretar el cinturón es algo evidente. No nos ha quedado más remedio si queremos, como dice mi marido, subsistir»

Patricia Gallardo

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ltimamente cuando vamos al súper a por los 'mandaos' vemos que la cesta mengua cada día más, no solo en la cantidad de productos, que eso se viene viendo desde hace un tiempo, sino en el tamaño de los mismos. Que todos nos hemos tenido que apretar el cinturón es algo evidente. No nos ha quedado más remedio si queremos, como dice mi marido, subsistir. Esta adaptación al mercado actual (léase como un eufemismo) se ha visto reflejada en los que compran, pero también en los que venden, por supuesto. Varias cadenas de supermercados, unas más que otras, han tenido que disminuir el tamaño de sus productos sin variar el precio, o al menos no variarlo en demasía (otras no se han cortado y directamente ha subido el precio, y tan panchos, parece que los oigo decir: Es lo que hay).

Por lo que nos encontramos con que paquetes de picos que antes eran de medio kilo ahora son de cuarto y mitad, refrescos de dos litros a litro y tres cuartos, magdalenas que pierden unos gramos en el camino, o paquetes que antes eran de doce ahora son de diez, por nombrar alguno ejemplos. Por tanto, aunque cambien de tamaño, que mantengan su estética de siempre crea la ilusión, si andamos un poco despistados, de que estamos comprando lo habitual.

Así que cual Alicia, sí la del País de las Maravillas, perseguimos sin sentido al Conejo Blanco para entrar en esa madriguera de ese mundo de fantasía, donde la comida mengua y los precios se agrandan y que no nos damos cuenta de ese hecho, o eso creen, pero como estamos en ese universo paralelo en el que estamos cayendo de cabeza, pues hay que tragar…, y de nada le sirve a la Reina de Corazones gritar aquello de «¡Qué le corten la cabeza!», porque siempre habrá naipes que les pinten las rosas blancas de rojo y la aplaquen un poco, tradúzcase las rosas rojas como ofertas de 3x2, vales descuentos o acumulativos y otras promociones para dar una de cal y otra de arena. Y mientras el sombrerero se vuelve loco, pero no de bonita locura, o de bendita locura como cantara Pastora Soler, sino de hacer cábalas para llegar a fin de mes con la barriga llena y la casa a cuestas.

A este paso vamos a celebrar los «no cumpleaños» a rajatabla, ya que no nos va a alcanzar para una sencilla tarta, y como está la luz cualquiera usa el horno para un bizcochito. Y mientras Alicia sigue cayendo por la madriguera, el gato de Cheshire (aquel que parecía tener buen carácter, pero también tenía unas uñas muy largas y muchísimos dientes, de modo que era mejor tratarlo con respeto…), encaramado a una rama, la observa caer con su sempiterna sonrisa dibujada en sus labios, sonrisa que como todos sabemos no desaparece, aunque el gato sí lo haga de vez en cuando, lo que nos hace ver que siempre habrá quién se ría de nosotros, independientemente de quién esté detrás de esa sonrisa que no desaparece.

Y mientras tanto, Alicia cogerá botes de garbanzos menguados de la estantería donde los del súper les habrán puesto un cartel que rezará: «Cómeme con un 10% menos, que no se nota», el sombrerero loco con un ábaco en la mano, porque ni para calculadora tiene, mirará su exigua cesta mientras se echa a llorar y a reír histéricamente a la misma vez, y la Reina de fondo estará despotricando contra los naipes que ponen los precios, cuando no es culpa de ellos, ni del súper, ya que estamos, sino de la «situación actual», y que como dice el gato de la sonrisa sempiterna: «Todos somos víctimas en espera».

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