OPINIÓN

Sobre huevos y gallinas

El amor que educa no es el que fabrica hijos egoístas e inútiles, sino el que construye personas libres y capaces

Nico Montero

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Cada vez tengo más claro que en ocasiones estamos construyendo una generación de cretinos. Hay padres y madres convertidos en perennes gallinas que no paran de empollar unos huevos que a su vez no quieren eclosionar. Se afanan en acolchar la vida de una prole cada vez más mimada, fugitiva del esfuerzo y la frustración, convirtiéndose en responsables necesarios de tal despropósito. En mi labor cotidiana como director de instituto, a veces, tengo que convencer a padres para que ejerzan como tales y no claudiquen asumiendo el rol de dóciles sirvientes de los emperadores que tienen en casa, llegando incluso a asumir el papel de beligerantes abogados defensores, dispuestos a toda clase de especulaciones y versiones, cada cual más vergonzosa, para salvar el culo de su mal criado vástago.

Como botón de muestra, no hace mucho, la madre de un alumno adulto y veinteañero, que anda haciendo unas prácticas en el extranjero con otros compañeros adultos también, se personó en el centro, sin cita previa y con una urgencia y preocupación desmedida, reclamando ser atendida inmediatamente. La profesora coordinadora de las prácticas en el extranjero interrumpió sus clases y bajó rápidamente a dirección, mientras que el vicedirector dejó sus tareas para atender la urgencia… El drama resultó ser que el mobiliario del piso no era de su gusto, que necesitaba alguna revisión y la wifi de la casa estudiantil fallaba en ocasiones, todo esto según le había dicho su crecidito retoño. Y pudiera ser que los muebles fueran feos e incómodos, y quizá la wifi fallara alguna vez, pero una dosis de precariedad en un piso de estudiantes para tres meses, cuando se tienen 20 años, es también una escuela de vida, una forma de aprender y compartir dificultades, y una oportunidad para valorar la plácida vida hogareña y el esfuerzo de los padres por suministrar tantas comodidades.

Así estamos en los centros educativos, en ocasiones hostigados por progenitores sobreprotectores, quienes sacan los dientes por sus hijos, deslegitimando al profesorado y negando lo evidente o cuestionando toda decisión que suponga una contrariedad para la que sus descendientes no están preparados, porque resulta que nadie les puede llevar la contraria, dar normas claras, o decirles una verdad a la cara.

Cuando se vive sin capacidad de frustración y acostumbrados a la buena vida que dan los padres y madres gallinas, pasa lo que pasa, que ante la primera adversidad, se busca la protección del nido, que no es eterno, y a la larga se extinguirá, y entonces, el sobreprotegido se convertirá en un ser enfermizamente dependiente de otros. Si primero lo fue de sus padres, luego buscará sustitutos en forma de amigos o parejas, que nunca serán tan abnegados y generosos, y que tampoco se dejarán chupar la sangre indefinidamente, por lo que finalmente, el inmaduro «chico o chica huevo», se verá abocado a la desdicha y a la rabia desmedida por no saber enfrentarse a la vida con autonomía, resiliencia, y responsabilidad. En todo esto, la gallina fue antes del huevo.

Para no ser catastrofista y dejar abierta una puerta a la esperanza. Es cierto, que también hay muchos padres sensatos y cabales, que sin necesidad de ejercer un trasnochado autoritarismo que solo genera resentimiento, hacen crecer a sus hijos con las armas de la reflexión, del afecto bien entendido, de la cercanía en los procesos, y a su vez, con la determinación de no objetar en su labor irremplazable de padre y madre. Nos son perfectos, ni tiene varitas mágicas, pero intentan acompañar con criterio, saben decir no con claridad, ayudan a crear autoestima y se esfuerzan en hacer a sus hijos más responsables y autónomos. Y todo, sin manual de instrucciones, pero con una certeza que alumbra sus pasos: el amor que educa no es el que fabrica hijos egoístas e inútiles, sino el que construye personas libres y capaces, con competencias para forjar su propio futuro.

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