OPINIÓN

La piel muy fina

Vivimos en tiempos en los que hay una frivolización, una banalización de la conducta suicida en algunos adolescentes, porque morir es posible

Nico Montero

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El aumento de las autolesiones entre los jóvenes está desatando las alertas en los colegios de toda España. Los adolescentes se hacen daño a sí mismos con cortes, golpes o quemaduras. No son intentos de suicidio. Cuando hay problemas que tienen un malestar de largo recorrido, la autolesión los sitúa, los frena; pero es una solución temporal. A corto plazo, el malestar y la ansiedad que tiene la persona que realiza prácticas autolesivas se frena con la autolesión, peso si eso continúa y continúa, al final llega al suicidio.

Entre las diferentes formas de autolesión en adolescentes, el cutting es la más frecuente, realizándose cortes con un instrumento afilado en brazos, estómago y piernas. También hay jóvenes que se arañan, se muerden, se pinchan, se dan tirones de piel o del pelo, se realizan quemaduras o se golpean. Para ello usan sus propias manos o sus uñas, y también instrumentos como cuchillas de afeitar, cuchillos, agujas o alfileres.

Cuando un adolescente se autolesiona, está intentando liberarse del dolor emocional a través del dolor físico. Es un grito que la persona está emitiendo con su sangre, con el daño corporal que se aplica. Es una manera de gritar sin voz. Por ello, lo importante es averiguar qué se esconde tras una autolesión, que sería solo el síntoma visible de algo mucho más profundo: ansiedad, depresión, baja autoestima, trastornos de personalidad u otros problemas que estén aquejando al niño o adolescente, como el acoso escolar, abusos u otras problemáticas.

A la par, vivimos en tiempos en los que hay una frivolización, una banalización de la conducta suicida en algunos adolescentes, porque morir es posible. Hemos pasado de la percepción de la juventud como la antítesis de la muerte a una visión que abre la posibilidad de por qué no morir. Si yo decido mi muerte, yo soy dueño de mi muerte. Es un sentimiento de poder y de control. Esta generación, más que ninguna, es coleccionista de sensaciones y es muy amiga de sobrepasar límites, de probar, de experimentar, de no conformarse con ninguna prescripción social, también sobre la muerte.

La piedra angular, espacio preventivo y vía de resolución de trastornos es, de manera privilegiada, la familia. El papel de los padres es fundamental. La comunicación, cada vez más dañada por el ritmo cotidiano y el abuso de tecnologías en los hogares, ha incapacitado para una conversación fluida y cotidiana, un diálogo vital que permita que padres e hijos compartan confidencias, sentimientos y preocupaciones. Cuando los hijos son grandes desconocidos, y las familias parecen una casa de huéspedes, los menores navegan en solitario, sin referentes con los que compartir y confrontar su proceso de crecimiento, sus emociones, las frustraciones y los anhelos, sus miedos.

Las escuelas, con los ojos abiertos y en estado de alerta, son espacios en los que se pueden destapar y constatar este tipo de dinámicas, y poner en juego estrategias y medidas, especialmente, si tras las autolesiones hay circunstancias de maltrato o acoso escolar. Pero, el papel de los centros educativos, nunca podrá sustituir la función fundamental de las familias en el acompañamiento de estos procesos, que requerirán en muchas ocasiones, la intervención de profesionales y herramientas terapéuticas oportunas.

No creo que los adolescentes de hoy tengan la piel más fina que los de antes. Quizá ahora, donde todo se comparte en las redes y la vida se ha viralizado, son más conocidos casos que antes quedaban en el anonimato. Hoy se ha perdido el pudor a hablar de cosas que antes quedaban en el secreto. Esto, más que una dificultad, puede ser aprovechado como una oportunidad, la inmensa suerte de poder actuar antes que un impulso desbocado convierta la autolesión en suicidio.

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