OPINIÓN
Un Papa de 10
Jorge Bergoglio cautivó rápidamente a un mundo que hasta entonces ignoraba todo sobre él
Hace unos días se cumplían diez años del pontificado de Francisco. Jorge Mario Bergoglio decidió llamarse Francisco, un nombre que es en sí mismo una hoja de ruta: la denuncia de la «idolatría del dinero» y de la «globalización de la indiferencia» que caracterizan a una «cultura del descarte» que desecha a los más débiles de la sociedad. A «esas personas que son víctimas del sistema socioeconómico mundial», como dijo en su viaje a Lampedusa. Entre otros retos, en esta década, el Papa ha tenido que hacer frente a las presiones de los conservadores por sus posicionamientos sobre cuestiones sociales, morales y medioambientales, por su visión de una Iglesia más inclusiva, austera y comprometida con los vulnerables y las periferias.
Tras una larga trayectoria de una iglesia obsesionada con cuestiones morales y asuntos sexuales, su mensaje pone con pasión el acento en la fraternidad y en la denuncia de la pobreza fruto de la exclusión, y aboga por un claro compromiso con la defensa del medio ambiente. Pidió la reducción de los combustibles fósiles, respaldó el consenso científico que indica que la actividad humana es en gran parte responsable del calentamiento global e instó a los católicos a meditar sobre el medio ambiente.
Jorge Bergoglio cautivó rápidamente a un mundo que hasta entonces ignoraba todo sobre él. Lo hizo con una sucesión de gestos impactantes y con un estilo de comunicación nuevo: un mensaje profundo expresado en lenguaje sencillo y directo. Sus homilías diarias, las audiencias generales de los miércoles en la plaza de San Pedro, una liturgia sencilla y un papa que se dejaba abordar por la gente generaron una sensación de constante cercanía. La distancia de cualquier punto del mundo a Roma quedó salvada por una comunicación diaria en un lenguaje familiar que creaba intimidad y convertía al Vaticano en una capilla universal.
Desde los inicios, adoptó una postura de «tolerancia cero» a la pederastia. Además, creó una comisión de consulta para la protección de menores dependiente del gobierno de la Santa Sede y ofició una cumbre sin precedentes en el Vaticano sobre la materia. De la misma, se desprendieron una serie de medidas revolucionarias que incluyen la supresión del secreto pontifical sobre los delitos de abusos sexuales del clero, la obligación para los religiosos de informar de cualquier caso a su jerarquía y plataformas de escucha en las diócesis de todo el mundo.
Desde que asumió el pontificado ha dedicado gran parte de su papado a realizar profundas modificaciones en el gobierno central de la Santa Sede con el fin de acercar la Iglesia a la gente. Entre las medidas, haber dado más espacio y protagonismo a las mujeres y a los laicos, enmarcadas en la reforma constitucional de 2022 que reorganizó los dicasterios y provocó un revuelo dentro de la curia romana. En 2014 creó un secretariado para la Economía; aplicó un marco de inversiones y de medidas anticorrupción y ordenó el reajuste del Banco del Vaticano, con el cierre de 5.000 cuentas. Las reformas de Francisco no cayeron bien entre la vieja guardia de la Curia y le valieron la acusación de tener tendencias marxistas.
El impacto del pontificado de Bergoglio no puede medirse aún, porque lo que está sembrando hoy ha de modificar el futuro. Así como su papado fue anhelado por muchos y preparado por ciertos acontecimientos, así también Francisco está trabajando con miras a ese porvenir. A sus 86 años, Francisco asegura tener su carta de renuncia preparada por si se enferma, el único motivo por el cual daría un paso a un lado. Le preguntaron hace tres días que quería de regalo por estos diez años al frente de la Iglesia y contestó: «Por mis 10 años como Papa, regálenme la paz». Así sea.
