OPINIÓN
Una forma de quererse
En el escenario, en los camerinos, en los ensayos e incluso en una calle, la lealtad es sagrada. Nadie abandona a nadie
El Carnaval de Cádiz no es solo una fiesta de coplas, disfraces y crítica social. Es más, un espacio de encuentro humano donde la amistad y la lealtad se entrelazan con la música y la risa. Detrás de cada tango, pasodoble o cuplé, detrás de ... cada disfraz o tipo, hay una historia compartida, una idea, una promesa de volver cada febrero, una familia que no siempre es de sangre, pero sí del alma.
Desde los ensayos en el local hasta las madrugadas de concurso o en una calle, lo que une a una agrupación no es solo el amor por el Carnaval, sino el vínculo que se forma entre quienes comparten los mismos nervios, ilusiones y sacrificios. Las letras se aprenden en grupo, se pulen juntos, y se cantan con una confianza que solo se consigue con el tiempo y el cariño generado en muchos años de convivencia.
La amistad carnavalesca tiene algo en especial, es una amistad que se canta, sin la música y el cante de nuestra tierra seríamos simplemente un grupo de colegas con una afición en común. No hay vínculo más puro que ese que se demuestra dándolo todo por el grupo, sabiendo cuándo dar un paso atrás para que otro brille, cuándo apretar los dientes en una noche difícil, o cuándo tirar de humor para calmar los nervios antes de abrir telón o soportar las largas jornadas de carnaval en la calle. La lealtad no se dice, se demuestra en los momentos más duros, sobre todo cuando hay que seguir adelante tras una eliminación injusta, cuando un compañero no puede seguir y el resto lo arropa, o cuando la crítica cae fuerte pero el grupo ante todo se mantiene unido. En esos momentos es cuando se ve a leguas quien seguirá siempre a tu lado a pesar de las vicisitudes. La música es el pegamento de esa amistad y en nuestro caso es una música de Cádiz compuesta por aficionados en su mayoría y vestida con letras de poetas entusiastas de nuestro entorno.
En Cádiz, el Carnaval sirve como termómetro de la vida misma: en sus letras caben la política, la ciudad, los piropos, la esperanza y también la traición. Pero en el escenario, en los camerinos, en los ensayos e incluso en una calle, la lealtad es sagrada. Nadie abandona a nadie. No se trata solo de ganar o de gustar, sino de sentirse parte de algo mayor, de saberse parte de una voz coral que solo tiene sentido si todos están juntos. Las amistades que nacen en el Carnaval muchas veces duran toda la vida. Hay quienes se conocen desde niños en una agrupación y acaban de adultos compartiendo escenarios y anécdotas. Otros llegan nuevos a un grupo y terminan encontrando una segunda familia. Nuestro Carnaval de Cádiz no entiende de edades ni de clases sociales, solo de ganas de cantar, de reír y de compartir. En tiempos donde lo efímero manda, donde todo va demasiado rápido, donde nuestra mirada apunta hacia abajo para nuestro teléfono móvil, el Carnaval de Cádiz nos recuerda que la verdadera riqueza está en los vínculos. En las miradas cómplices en mitad de un escenario o una calle. En las noches infinitas de letras, guitarras, bandurrias y chascarrillos y en esa certeza de que, pase lo que pase, vamos todos a una, que los tuyos están contigo porque en Cádiz, el carnaval no es solo una fiesta: es una forma de quererse.