OPINIÓN

El valor de los inteligentes

Pero, además, ese valor de los «inteligentes» no solo se entiende desde el punto de vista de la utilidad, sino también como sinónimo de «valentía»

Miguel Ángel Sastre

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La política es, o debería ser, algo muy serio, aunque no todos los que están en ella se lo tomen así.

Quienes forman el poder ejecutivo o legislativo, toman decisiones que pueden llegar a condicionar la vida de millones de personas. Es por esto, que cuantas mayores capacidades tengan, deberían saber afrontar esas decisiones de manera más acertada. Dicho de otro modo, la inteligencia debería ser uno de los aspectos que más se valorasen a la hora de juzgar si un político es bueno o no, porque de su inteligencia depende, en gran parte, la vida de muchas personas.

Y no solo por las decisiones que se toman, sino por lo que se hace antes de llevarlas a cabo: debatir. Porque el momento en el que vivimos necesita que los problemas se aborden con debates serios y rigurosos, que intenten conseguir soluciones y no solamente impactos en redes sociales entre la propia parroquia de un político determinado. Eso solo se consigue si la inteligencia es el ingrediente principal de esos debates entre políticos.

Lo vivido la semana pasada en el Congreso de los Diputados dejó, en este aspecto, luces y sombras. Quienes se queden con la visión general pueden estar decepcionados porque parece que el decoro, las formas y la inteligencia se han esfumado del lugar que representa a todos los españoles, siendo el Presidente del Gobierno en funciones, el abanderado de esa falta de respeto. Sin embargo, si profundizamos un poco, encontraremos luz entre la oscuridad.

Se podrá estar más o menos de acuerdo con el contenido de lo que el candidato ganador de las elecciones relató desde la tribuna, pero lo que nadie podrá negar es que cada palabra que pronunció estaba cargada de inteligencia. Inteligencia desde el punto de vista de la búsqueda seria y fundamentada de soluciones a problemas comunes de los españoles e inteligencia desde el punto de vista del tono de sus intervenciones.

Cada frase fue una prueba de que la ironía fina y la «retranca» dignifica mucho más el ejercicio de la política que el insulto directo que profirieron a modo de «coces» otros portavoces. Que no hace falta gritar para que las palabras corten el aire, como cada sentencia que se dirigió contra los que aún siguen sin condenar el terrorismo. Cada frase del candidato, desde la tribuna, fue una clase magistral de lo que es el parlamentarismo inteligente, de lo que significa confrontar ideas y posiciones, defender valores y principios, sin necesidad de embarrar el terreno y convertir la sede de la soberanía nacional en un lodazal. Una clase magistral del parlamentarismo que ahora mismo, todo país que quiera ser serio y próspero, necesita. Las comparaciones con el comportamiento de otros, sin duda, son odiosas.

Es por eso, que independientemente de las ideas políticas que defienda cada uno, el valor que tiene un político que intenta hacer las cosas con inteligencia y rigurosidad, debería ser incalculable para los que habitan en un determinado país.

Pero, además, ese valor de los «inteligentes» no solo se entiende desde el punto de vista de la utilidad, sino también como sinónimo de «valentía».

Porque intentar hacer las cosas bien en un entorno que invita a la corrupción moral y a acabar bajando a la arena para llenarse de barro, no es sencillo. Requiere de aguante, de principios, y de coraje. Porque frente a una embestida, parece que lo lógico es que, por acción - reacción, nuestra respuesta sea otra embestida. Sin embargo, es mucho más valioso, valiente y sinónimo de liderazgo, responder con la inteligencia como arma.

Puede que sea un camino mucho más largo y tedioso que enfrentar al adversario con sus mismas armas, pero la paciencia todo lo alcanza. Después de estos días y, pese a todo, muchos más españoles han empezado a apreciar el valor de los «inteligentes». Por eso, aunque cueste, el destino de este sendero, sin duda, merece la pena.

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