perspectivas
Yo no soy tonto
La generación a la que pertenezco se queja de que la política busca llegar a ella, fundamentalmente, sólo a través de lo anecdótico
Como ya he contado por aquí, en estos dos años en el Congreso de los Diputados, recibo habitualmente a grupos de estudiantes, colegios mayores o asociaciones de personas con las que comparto generación. Les enseño ese lugar mágico y, después, normalmente en el hemiciclo, charlamos un rato. Ellos preguntan y yo contesto, o viceversa.
Esos mismos grupos, a veces, organizan coloquios propios y, tras la experiencia en el Congreso, me invitan. Muy frecuentemente, en compañía de algún diputado de otro partido.
En este tiempo de política entre pantallas, es una de las maneras más sinceras de no perder el pulso de la realidad. Y es que, realmente, ni el número de likes es reflejo de nuestro éxito, ni el de los insultos que recibimos en nuestros perfiles lo es de nuestro fracaso.
Lo más interesante de esos ratos de conversación con 25, 50 o 100 asistentes, es cuando explican el por qué de su cansancio con la política. Reconocen estar «al día» pero, paradójicamente, son muy críticos con los códigos con los que estamos jugando actualmente.
Llama la atención que, en muchas ocasiones, aunque valoren el contenido ingenioso en redes sociales, lo que más critican es la sensación de que el debate político se ha convertido en un producto homologable a los programas del corazón donde no importan los argumentos, sino la estridencia. Y, curiosamente, esa crítica se acaba relacionando con la idea de que se sienten/nos sentimos, tratados como tontos.
Es decir, que reniegan de la idea de que ser joven - según el código de la política actual - sea sinónimo de tener el cerebro de un mosquito esperando a desarrollarse. Algo que choca con la habitual disculpa de que rebajar el nivel de las explicaciones busca «conectar» con los jóvenes.
La generación a la que pertenezco se queja de que la política busca llegar a ella, fundamentalmente, sólo a través de lo anecdótico. Y sus deseos son mucho más profundos. Son los de una mejor formación, de empleo de calidad, de acceso a la vivienda, de un buen sistema de transporte o de la posibilidad de formar una familia. Deseos para tener una mente estable y ordenada.
Por eso, pensar que esa generación solo valora vídeos con recomendaciones culturales prefabricadas de fin de semana, roza el tratarnos como tontos. Cuando llegue la hora, como aquel anuncio, habrá que demostrar que no lo somos.
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