OPINIÓN

Quillo, ponte el pinganillo

Tras el fracaso en el Senado, ahora, para hablar de empleo, vivienda, educación, sanidad u otros retos de nuestro país en la casa de todos los españoles, parece que habrá que ponerse auriculares

Miguel Ángel Sastre

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Los aficionados al carnaval de Cádiz recordarán la Comparsa «Las Locuras de Martin Burton» en 2011, del gran Antonio Martín. En cuartos, el primero de sus pasodobles empezaba como el título de este artículo.

Ya por aquel entonces, con su pluma directa y lenguaje sin tapujos, el coplero de la calle San Vicente, expresaba su indignación con la medida puesta en marcha en el Senado en el año del paso de esa comparsa por el Falla.

En el pasodoble, con palabras que casi todos podían entender se criticaban tres cosas principalmente.

En primer lugar, la incoherencia de utilizar pinganillos entre personas que se entienden en una misma lengua común: el castellano. Porque para los negocios, o para el día a día, entre un vasco y un catalán, entre un gallego o un andaluz, el español es la lengua que usamos.

Lo segundo, el dinero despilfarrado por capricho. Y es que, para reforzar culturalmente una lengua hay otras fórmulas mucho mejores y seguramente más baratas para el contribuyente.

Lo tercero, el desprecio a los problemas de otros lugares como Andalucía. Cuando el debate se centra en cosas «periféricas» generamos mayor desigualdad entre españoles. Objetivo contrario al que debería tener la política. Por aquel entonces, señalaba el autor, el problema de Andalucía era la lacra del paro. Y es que, algunas fuerzas políticas preferían enredarse hablando de cosas menores, en vez de abordarlo.

Casi doce años después, el principal problema de Andalucía puede que ya no sea el paro. Sin embargo, hay cosas que no cambian. Y es que, los que vivimos de Despeñaperros hacia abajo sentimos un evidente menosprecio cuando algunos políticos tratan ciertas culturas regionales como moralmente superiores al resto. Cuando parece que solo algunos son los que tienen «historia» y «cultura propia». Que le hablen de legado cultural e histórico a un gaditano, sevillano, cordobés o granadino, por ejemplo, provoca, sin duda, cierta risa.

Casi doce años después, se siguen haciendo equilibrios sobre las leyes y la normativa para contentar simbólicamente a quienes no les importan los problemas reales de nuestro país. Casi doce años después, los andaluces que tenemos, evidentemente, una vocación nacional innata, vemos con tristeza como en vez de reforzar a España, que es lo que nos une, la debilitamos.

Las lenguas propias, los dialectos, la arquitectura propia de cada lugar, nuestras costumbres, son motivo de riqueza. Hacen más grande a nuestro país porque en la variedad está nuestra fortaleza. Poder expresarte, de manera natural, en un idioma, por tradición familiar o del lugar de donde procedes es y será siempre un motivo de riqueza. Pero no debería ser nunca motivo de distanciamiento.

El pinganillo se utiliza usualmente entre extranjeros que no tienen una lengua común. La Unión Europea siempre tuvo la vocación de tener una lengua en la que todos se entendiesen, de ahí aquello del «esperanto». En cambio, ahora nuestro objetivo es el contrario, llevando también a nivel europeo nuestros problemas lingüísticos artificialmente inventados.

Tras el fracaso en el Senado, ahora, para hablar de empleo, vivienda, educación, sanidad u otros retos de nuestro país en la casa de todos los españoles, parece que habrá que ponerse auriculares. Habrá, quienes, a sus compañeros de escaño, en lenguaje coloquial, les digan «Quillo, ponte el pinganillo». Otros dirán «illo» y otros puede que digan «acho». Otros no dirán nada. Cada uno lo hará de la manera que le salga y sin creerse superior al resto, porque otras cosas son las que deben importar.

Sin embargo, habrá a quienes ese «pinganillo» les llene de felicidad. Unos por sentir que están defendiendo, erróneamente, los intereses de su lugar de procedencia y, otros, porque así piensan que se podrán seguir manteniendo en el poder. El problema es que quizás, yendo en esta dirección, llegue un momento en el que haya, cada vez, menos poder que ejercer. Porque que alguien nos explique qué sentido tiene gobernar la Torre de Babel.

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