Opinión
La película que estamos viviendo
Por eso, cuando todo esto acabe, una parte de la política española le deberá más de una disculpa al mejor cine de la historia, por haber intentado copiar cutremente lo que debió quedarse en la pantalla

En estas últimas semanas ha sido inevitable que, a medida que íbamos conociendo información sobre los escándalos de corrupción que caen sobre el Gobierno de España, muchos comparasen la forma de operar de las personas implicadas con los gánsters de algunas de las películas más ... conocidas de la historia del cine.
En relación con esa comparación hay quienes, con cierta indignación, han afirmado que ya quisieran los protagonistas de esta situación que estamos viviendo en España estar a la altura de personajes de sagas como la de «El Padrino» - por citar una película icónica - y que, en todo caso, se parecerían más a una obra como Torrente, que se regodea en ciertas cutreces que tenemos todos al alcance en nuestro querido país.
En menor medida, hay otros que, acertadamente, han hecho comparativas con películas como «Uno de los nuestros» de Scorsese. Sin embargo, muy pocos son los que han trazado un paralelismo con «Érase una vez en América» de Sergio Leone.
Salvando las distancias, y dejando a un lado la faceta más emocional de una de las mejores obras del cine - como la parte entrañable de la historia de esos chicos de Brooklyn que vemos crecer y deambular por la vida o la espectacular banda sonora del genio Ennio Morricone - muchas de las miserias humanas que aparecen retratadas en esa película son fácilmente asociables con las noticias que vemos cada día.
En ambos casos estamos ante grupo de peculiares personajes que, con aparentes artes oscuras y sin visibles escrúpulos, va acumulando cada vez más poder. Si a ese cóctel añadimos: una ley seca que aprovechan para sacar tajada (la pandemia), el uso de las mujeres como mercancía, la ambición y la avaricia, así como las traiciones entre ellos mismos, sale un cóctel de sabor mucho más repugnante, pero de color y aspecto similar. Incluso, habría relación directa entre el opio que se consume en grandes cantidades en la película, y el argumento de que, «aunque todo vaya mal, por lo menos no gobierna la derecha».
Al probar este sucedáneo, es cuando nos entra la más profunda de las melancolías, sobre todo, a quienes creemos que la política debería centrarse en generar oportunidades y resolver problemas, no en provocarlos. Melancolía no de la que eriza la piel, como la que provocan las bandas sonoras de estas películas de culto, sino la de ver cómo, tristemente, la realidad supera a la ficción.
Por eso, cuando todo esto acabe, una parte de la política española le deberá más de una disculpa al mejor cine de la historia por haber intentado copiar cutremente lo que debió quedarse en la pantalla. Por haber cambiado el olor a palomitas por el hedor de una etapa que agoniza.