Opinión

Euskádi-z

Quizás sea por todo eso que Cádiz tiene en común con ellos, o porque los «polos opuestos» se atraen, pero no es difícil darse cuenta de que, al igual que lo es «el sur del sur», el norte, es decir, el País Vasco es un lugar espectacular

Miguel Ángel Sastre

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Hace, aproximadamente, un año y medio, en este mismo periódico, tuve ya la oportunidad de escribir unas líneas sobre los lazos que unían a dos tierras, aparentemente, tan distintas como Cádiz y el País Vasco.

Porque aunque «en el norte, los del norte», parezcan que no tienen nada que ver con «los del sur, que viven en el sur», entre estas dos tierras existe desde hace siglos un gran vínculo que se extiende hasta nuestros días. Ambas son de tradición marinera y de intercambio: de «sureños» que se fueron al norte en busca de un futuro y de «norteños» que vinieron al sur buscando una bocanada de libertad.

Cádiz y el País Vasco tienen más en común de lo que podamos pensar. Desde que hace más de cuatro siglos comerciantes y navegantes vizcaínos llegaran a la ciudad y, entre otras cosas, fundaran la Hermandad del Cristo de la Humildad y Paciencia de Cádiz, - ahora hermanada con la Cofradía de Begoña en Bilbao - ambos puntos «extremos» de España tienen mucho en común. Desde chirigotas con «humor» y con muchos «Patxis», hasta dos restaurantes vascos en la calle Plocia: «On Egin» y el «Atxuri» con su merluza, sus kokotchas y su bacalao al pil-pil. Desde vascos veraneando en El Puerto, Rota, Sancti Petri o Conil, hasta sacerdotes del «norte» - marianistas y franciscanos - que pasaron por nuestra ciudad y que imprimieron su carácter a varias generaciones consecutivas de gaditanos y que ahora nos miran a todos desde «allí arriba». Desde los motivos blancos y azules del escudo la ciudad de Jerez, similares a una camiseta donostiarra de la Real Sociedad, hasta que personajes destacados de la ciudad de Cádiz sean «forofos» del Athletic de Bilbao. Todo eso y mucho más es todo lo que une a ambas tierras.

Decía un presidente del Gobierno que tuvo España que lo mejor que tenía la política era que te permitía conocer mejor tu país. Y no le faltaba razón.

Porque, si hay un lugar, que en estos años he podido conocer y aprender a querer a su gente, gracias a la política, ha sido el País Vasco. Desde Vizcaya hasta Álava, pasando por Guipúzcoa. Desde Bilbao hasta Getxo, desde Ermua hasta San Sebastián. Desde Labastida hasta Vitoria. La política me ha dado amigos en esa tierra, y casi a una hermana.

Quizás sea por todo eso que Cádiz tiene en común con ellos, o porque los «polos opuestos» se atraen, pero no es difícil darse cuenta de que, al igual que lo es «el sur del sur», el norte, es decir, el País Vasco es un lugar espectacular. Por lo que es en sí mismo y por su gente. Por su historia y por lo que puede llegar a ser.

Sin embargo, los que allí están, coinciden en que queda mucho por hacer y que en esa zona de España, a pesar de todo lo bueno que pueda tener, se necesita un cambio de rumbo. Un rumbo nuevo que no suelte amarras con el pasado para no olvidarlo y repetirlo, pero que tenga el suficiente arrojo para avanzar con paso firme. Un tiempo nuevo en el que el País Vasco no sea una tierra solo para los que siguen un determinado patrón ideológico, sino que se abra a todos y para todos. Un tiempo nuevo que sea una metáfora perfecta de lo que el Guggenheim supuso para Bilbao y para su ría: una transformación que descubrió una ciudad abierta al mundo.

El legado de Miguel Ángel Blanco en Ermua, es una llama que veintiséis años después no se apaga y alumbra como un faro sobre qué política hace falta: la de pensar en los demás y la de luchar siempre por la libertad. La de una España entre todos, o la de una España fragmentada y «tensionada» por pequeños pedazos.

Y eso también está en juego este 23J: la relación territorial. Que «Euskadi» y una provincia como Cádiz sean dos tierras aisladas, sin que se tiendan puentes entre ellas, o que puedan llegar a ser, más que nunca, como dice el término «Euskádi-z», dos tierras unidas y hermanadas por un atardecer en «La Concha» y otro en «La Caleta».

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