La Esperanza de Lisboa

Por eso, el mensaje de la JMJ, el mensaje de «la Esperanza de Lisboa» es necesario

Miguel Ángel Sastre

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Este domingo 6 de agosto, fiesta de la Transfiguración, se cumplían 7 años desde que el Cristo de la Vera+Cruz recorrió las calles de Cádiz con motivo de los 450 años de la fundación de la hermandad.

Casualmente, también este Domingo, pero en Lisboa, finalizaba la JMJ, la Jornada Mundial de la Juventud. Un encuentro que reúne, cada cierto tiempo y en una ciudad concreta, a cientos de miles de jóvenes cristianos procedentes de todo el mundo. Son días en los que hay momentos para la oración y reflexión con la presencia y acompañamiento del Papa.

Fue el Papa Juan Pablo II el precursor principal de lo que hoy conocemos como JMJ, aunque previamente hubiese eventos similares. Juan Pablo, líder natural de masas, entendió que los jóvenes formaban un sector de la iglesia que convenía cuidar y mimar. Un sector al que había que lanzar mensajes específicos porque no solo era el futuro de la Iglesia, sino que eran, en palabras suyas, «la esperanza para cambiar el mundo a mejor».

Benedicto, continuó estas jornadas, siendo el invitado especial de la JMJ celebrada en Madrid en 2011. Unos días en los que España se rindió ante este sabio del s.XXI y que, los que tuvieron la suerte de vivirla nunca olvidarán. No olvidarán el Vía Crucis por las calles de Madrid ni la Vigilia en Cuatro Vientos.

Francisco, ha hecho lo propio estos días en Portugal. Nuestro país «más hermano», el del fado, los azulejos, el estilo manuelino, el bacalao, los «pasteis de Belem» o las playas del Algarve. Nuestra conexión más directa con Brasil, un país también de «ida y vuelta» que «acoge» como lo hace España y que, en estos días, lo ha demostrado.

Han sido Papas distintos, con diferentes personalidades, los que han conducido estas jornadas a lo largo de la historia, imprimiéndoles su carácter propio, pero con un hilo conductor común. Distintos carismas como distintas eran las nacionalidades de quienes han llenado estos días las calles de Lisboa y otras localidades del entorno del país luso. Jóvenes católicos pero con maneras de entender la vida y la religión diferentes, pero que, en su mayoría, estaban, en principio, unidos en lo esencial: seguir a Jesucristo como un referente moral y espiritual, y las ganas de imprimir al mundo valores necesarios para una sociedad mejor: respeto, integridad personal, amor, caridad, ayudar a levantar a quien cae, esperanza o alegría, entre otros muchos.

Y, aunque, como en todo lo creado por el ser humano en general, en la JMJ no todo han sido luces, habiendo también sombras, el mensaje general que deja es el mismo que se extrae de analizar las diferencias de personalidad de los tres últimos papas y la mezcla de identidades en Portugal: que siempre que haya un objetivo común, las diferencias pueden ser salvables y que esa es la clave para que el mundo avance.

Pero, además de lo anterior, un segundo mensaje: que aunque la fe católica, aparentemente, no pase por su mejor momento de implantación entre los jóvenes, aún es capaz de reunir a más de un millón y medio en un mismo recinto. Y no se trata solo de cantidad, sino también de calidad. De casi ese millón de personas rezando, en silencio. En un tiempo en el que muchos jóvenes, no encuentran su rumbo, la noche del 5 muchos parecían haberlo descubierto. Puede que los que estuvieron allí no fuesen perfectos, porque nadie lo es, pero en el camino de la vida, eligiendo este sendero, lo bonito es que hay un gran margen de mejora. Un margen para caerse y levantarse.

Por eso, el mensaje de la JMJ, el mensaje de «la Esperanza de Lisboa» es necesario. Un mensaje que no impone la fe, sino que invita a los demás a sumarse a ella con el ejemplo de jóvenes, distintos, pero a los que se les muestra un rumbo que merece la pena seguir: el camino enseñado por Cristo, para desarrollar su propio proyecto de vida en libertad, pero sin olvidarse nunca de otras personas que los puedan necesitar.

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