OPINIÓN

Enterrar la caballa

El verano, más que un tiempo concreto es, cada vez más, un estado de ánimo formado por un cóctel que mezcla temperaturas, rutinas, lugares y personas

Una luz con rayos naranjas contrastaba con el azul del mar que ya, a esas horas, emitía tonos plateados. Azul y plata, como el de los reflejos de la piel de una caballa fresca, pescado que nos acompaña los dos meses centrales del verano, que ... esta semana «enterramos».

Entierro simbólico que, en Cádiz, desde hace décadas se hace, de una peculiar manera, pero con todas las letras. Esa luz, esos rayos y esos tonos plateados, eran los que miles de personas vieron el viernes pasado, el penúltimo de estas ocho semanas, en ese peculiar anochecer en La Caleta. Noche que congregaba a personas distintas, y que olía, además de a hoguera y a la «gaditanisima» receta de caballa con fideos, juntos en la misma olla, a algo que ya se termina.

El verano, más que un tiempo concreto es, cada vez más, un estado de ánimo formado por un cóctel que mezcla temperaturas, rutinas, lugares y personas. Un estado de ánimo en el que, casi todos, de una manera u otra buscan un mismo objetivo: hacer lo que la rutina laboral no nos permite habitualmente.

Por eso, viajamos, intentamos encontrarnos con el océano o el mar o dejamos algo más lejos el teléfono, obviando lo que ocurre a nuestro alrededor. Por eso, buscamos pasar más tiempo con la familia, con las personas a quienes queremos.

Es entonces cuando nuestra agenda laboral, se convierte en personal, intentando dar prioridad a quienes no vemos con frecuencia. Quedadas que, a veces, como un Excel que no cuadra, como varios eventos que coinciden o como reuniones que se solapan, no conseguimos tampoco cumplir; quedándonos muchas personas que ver y planes sin tachar de la lista.

Esa ansiedad por perdernos algo, por aprovechar al máximo cada minuto del verano; ese «fomo» actual que, desde mi generación se extiende a otras, en el fondo, nos demuestra que, más allá de la época del año, la felicidad real no es directamente proporcional al número de horas de sol y al porcentaje de ocio que incluimos en nuestra vida.

Y es ahí cuando la eterna duda, esa que nos asalta desde pequeños, la pregunta de si seríamos felices para siempre en unas vacaciones que no tuvieran fin, se despeja y nos refuerza la idea del párrafo anterior: que no necesariamente. Porque la felicidad es mucho más compleja.

Por eso, aunque el verano oficial vaya acabando, no todo debe ser tristeza. Aunque las obligaciones asomen como asomará el otoño, cada época nos ofrece un catálogo amplio para exprimirla. De hecho, el mundo actual nos recuerda eso constantemente. El año es para vivirlo en sus «Cuatro Estaciones», al igual que la obra de Vivaldi del mismo nombre es para escucharla en todos sus movimientos.

Sin embargo, en el final de este artículo, he de reconocer que decir que cada mes puede darnos la felicidad del verano, en Cádiz, sin duda, tiene menos mérito. Porque aquí, aunque enterremos a la «caballa» ésta nunca muere del todo. Y es que, aunque llegue el invierno, el sol se seguirá posando con la misma belleza por la Alameda y, por supuesto, cómo no, en la Caleta.

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