opinión

Conciliación

Es imposible disociar Navidad y familia. Y es imposible, también, por mucho que se empeñen, separar felicidad y familia

Miguel Ángel Sastre

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Estamos en fechas navideñas, aunque el 24 aun no haya llegado. Habitualmente, quienes detestan este tiempo es porque se sienten solos o han perdido a un ser querido y asocian la Navidad a una ausencia específica. Por el contrario, quienes disfrutan en estos días, generalmente, es porque tienen un nutrido número de personas a su alrededor que les acompañan. Un grupo donde la piedra angular la representan los familiares más cercanos.

Es imposible disociar Navidad y familia. Y es imposible, también, por mucho que se empeñen, separar felicidad y familia. La familia es sinónimo de incondicionalidad; cuando todo falla, siempre está ahí. Nos permite nacer y es determinante en el tipo de persona que acabamos siendo. Es un escudo de protección a nivel económico, anímico y de desarrollo personal.

Sin embargo, en el occidente del invierno demográfico, la familia como institución está empezando a perder peso cuantitativa y cualitativamente. No solo por la incidencia de algunas políticas «progresistas» que están disparando directamente contra su línea de flotación, sino también por una cuestión práctica: la conciliación. O mejor dicho por la integración. Y es que, conciliar no es más que poder integrar la vida personal, familiar y laboral.

Específicamente, en España hay una brecha significativa entre el número de hijos deseados por familia y el que finalmente se tiene. A parte de por cuestiones biológicas y de que, quizás, algunos no entiendan que tener hijos significa hacer renuncias, existe un desfase entre el reloj biológico y el reloj social. Es decir, con frecuencia cuando la vida se asienta económica y socialmente - familia, vivienda y trabajo estable - biológicamente puede que ya no haya ningún tipo de oportunidad de cumplir el deseo de tener hijos. Pero, incluso, aun teniendo los recursos económicos cubiertos a la edad propicia, conciliar e integrar, se presenta como una montaña difícilmente escalable.

La supervivencia demográfica de España pasa, más que nunca, por hacer posible el integrar la vida personal, familiar y laboral. Es la única manera para motivar a la generación joven a embarcarse en esta aventura tan bella y necesaria para todos que es formar una familia.

Si ya de por sí, es complicado actualmente crecer laboralmente, es aún más difícil hacerlo si uno se plantea compaginarlo con responsabilidades familiares. La falta de políticas para conciliar repercute en las relaciones de pareja porque obliga a hacer renuncias por alguna de las partes, provocando un aumento de las separaciones y divorcios - máxime en una sociedad tan frágil y con tan poca capacidad de resistencia como la actual - y una desconexión con el ocio, que genera infelicidad y problemas vinculados a la salud mental. El tener vivir inmersos en un triángulo en el que una de sus tres aristas: vida familiar, personal o laboral tiene que ser desechada, desmotiva a los jóvenes a dar el paso y les genera ansiedad. Por nuestro bien, por el bien de todos, esto tiene que cambiar.

El teletrabajo es una buena medida, pero no es la solución definitiva. Hay que complementarla con otras cuestiones, como lo que los expertos llaman «flexiseguridad» – más flexibilidad horaria y más seguridad en el trabajo - sin embargo, ese avance de poder trabajar en remoto habría que empezar a darlo por sentado. Habrá trabajos en los que la presencialidad sea indispensable, pero es necesario ser imaginativos porque, en incluso en esos, hay que buscar ideas alternativas.

Si queremos que en la generación joven podamos emprender el proyecto de vida que queramos es indispensable que abordemos la conciliación como una de las patas esenciales de este reto. Sin familias, somos más débiles y sin familias, este mundo, tal y como lo conocemos, habría dejado de existir hace mucho tiempo.

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