OPINIÓN

Capital humano

Porque, nos guste o no, estamos rodeados de personas y el capital humano es el capital más valioso que gestionaremos en nuestra vida, mucho más que cualquier tesoro

Miguel Ángel Sastre

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Pensamos, a veces, que la vida son compartimentos estancos y, frecuentemente, nos equivocamos. Las relaciones humanas son igual de complejas en todos los ámbitos: los celos, las envidias, las traiciones, las mentiras para desacreditar y los conflictos se dan hasta en las mejores familias. Salvo relaciones muy puras de consanguinidad o relaciones sin intereses cruzados, todas son susceptibles de saltar por los aires.

Sin embargo, al igual que la cara menos amable de las relaciones humanas se extiende por capilaridad a través de todos los poros de nuestra vida, lo bueno también puede ser igual.

Salvo que en el futuro próximo las máquinas y la inteligencia artificial sustituyan a todas las personas, convirtiéndonos en avatares que solo interactúen en el metaverso, en nuestro tiempo, en el momento en el que vivimos todavía, las personas son lo más valioso que tiene cualquier tipo de organización: desde equipos deportivos, hasta partidos políticos, pasando por un negocio, una peña, asociación o cofradía.

En todas ellas, como dice un libro de dos personas a las que tengo aprecio, hacen falta hacer «auditorías emocionales» permanentes del estado de estos grupos. Porque si lo emocional falla, lo demás se acaba derrumbando. No solo a nivel personal, sino también a nivel económico.

Las relaciones personales tienen un impacto determinante en la salud mental, y esta, por extensión en la economía mundial. Aunque muchos a veces lo desconozcamos, afirman algunos estudios, que los costes directos e indirectos de la mala salud mental de la población se estiman en más del 4% del PIB mundial. Por eso, como en todo, en las relaciones humanas hay una hoja de ruta que podemos seguir, como extensión de esa «auditoría emocional» tan necesaria.

Lo primero, es intentar hacer que quien no aporte, se aparte. Lo segundo, la importancia del llamado «teambuilding» no es más que aquello de, donde hagas negocio, haz ocio. Los equipos en los que no se construyen lazos afectivos no funcionan bien engrasados y coordinados, porque no hay nada que los una.

Pero ojo, cuando hay excesivo ocio, el trabajo puede acabar quedando soterrado y las conversaciones terminar siendo cuchicheos. Lo tercero que, poniendo ciertos límites, todas las voces deben ser escuchadas. Los que están en puestos de decisión deben intentar mantener la objetividad y tener criterio propio, no solo dejarse guiar por los cantos de sirenas de los que susurran a su oído.

Pero, sobre todo, y ahí está lo difícil, hay que ir «persona a persona». Porque cada persona es un mundo y tiene una realidad muy distinta. En política, en una hermandad o en cualquier ámbito de la vida.

Lo que diferencia la visión del mundo que pone en valor los matices de cada persona de las ideologías totalitarias que agrupan a personas en colectivos es precisamente eso: entender que cada uno tenemos aspectos positivos y negativos, aunque en algunos parezcan estar ocultos. El mundo ha avanzado cuando la gama de grises también entra en la distancia que hay entre el blanco y el negro. Algo que no significa que todos los colores sean válidos en ese espectro.

Por eso, quien quiera recibir el sufragio de sus vecinos, tiene que ir persona a persona. Quien quiera que su empresa funcione y fidelizar clientes tiene que ir persona a persona. Quien quiera que, en Cuaresma, los actos de su hermandad luzcan, tiene que ir persona a persona. Quien quiera que en su cuadrilla de personas que portan o cargan el paso haya buen ambiente, debe ir persona a persona. Quien quiera que en su familia haya buen ambiente, tiene que ir persona a persona. Uniendo y no dividiendo.

Porque, nos guste o no, estamos rodeados de personas y el capital humano es el capital más valioso que gestionaremos en nuestra vida, mucho más que cualquier tesoro. Quien no lo entienda así, siempre tendrá la opción de refugiarse en el metaverso y convertirse en un avatar.

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