OPINIÓN
El poder del relato
El relato construye sentido, crea emociones y, sobre todo, moldea percepciones
Siempre he sido una lectora voraz de prensa y una oyente fiel de radio. Quizá por deformación profesional, o quizá porque, desde niña, me fascina cómo las palabras pueden dar forma a la realidad. Hoy, más que nunca, siento que vivimos inmersos en narraciones cuidadosamente ... diseñadas desde los gabinetes de comunicación institucional. Y no hablo solo de política: empresas, universidades, ayuntamientos…, todos compiten por imponer su versión de los hechos.
Según los gigantes de la comunicación, la narrativa de toda institución no es ni mucho menos una improvisación sino toda una estrategia. El relato construye sentido, crea emociones y, sobre todo, moldea percepciones. Los mensajes repetidos, las imágenes seleccionadas, los lemas pegadizos… Todo está pensado para que, al final del día, recordemos solo lo que conviene recordar.
Como periodista, me inquieta ese poder. Como ciudadana, me pregunto si no estamos perdiendo la capacidad de distinguir entre información y persuasión. Y aunque nos guste pensar que somos críticos, la realidad es que las informaciones bien construidas, auténticas y coherentes, logran calar hondo.
Más de lo que nos gustaría admitir, la narrativa oficial puede reforzar el sentido de pertenencia o, por el contrario, alimentar la polarización. Basta con observar cómo, ante una misma noticia, diferentes instituciones o medios construyen versiones divergentes, adaptando los hechos a sus intereses y valores. Esta capacidad de moldear la realidad a través de la palabra es, sin duda, uno de los grandes poderes de nuestro tiempo.
Y sin embargo, con esto, no estoy demonizando la comunicación institucional. Es legítima y, bien ejercida, necesaria. Pero sí debemos exigir relatos honestos, transparentes y responsables. Porque la confianza se construye con verdad, no solo con palabras bonitas y mensajes bien colocados. Y porque, al final, todos merecemos relatos que informen, no que manipulen. Mejor ser una sociedad libre que no una sociedad cautiva de declaraciones manipuladas grabadas a fuego en nuestro propio argumentario.