OPINIÓN
Normalizar el escándalo
La saturación de escándalos nos anestesia: nos indignamos un ratito en redes y pronto pasamos página
Esta semana hemos presenciado dos decisiones de Donald Trump que deberían alarmarnos, no solo por su gravedad, sino por nuestra creciente indiferencia ante los abusos de poder. Cada escándalo parece mayor que el anterior, y ya nos da igual.
El jueves, en el Trump National ... Golf Club de Virginia, 220 personas cenaron con el presidente de Estados Unidos. No eran diplomáticos ni líderes mundiales, sino los mayores compradores de $TRUMP, la criptomoneda presidencial lanzada en enero.
Para conseguir una invitación a lo que Trump promocionó como «la invitación más exclusiva del mundo», había que poseer grandes cantidades de esta moneda virtual. En conjunto, estos invitados habían invertido 394 millones de dólares, con una media de 1,78 millones por persona.
El mismo día, la secretaria de Seguridad Nacional revocó la certificación de Harvard para matricular estudiantes internacionales. La decisión afecta a 6.793 estudiantes extranjeros —el 27% de la población estudiantil— que ahora deben transferirse a otra universidad o perder su estatus legal.
Está claro que Trump gobierna tratando la presidencia como extensión de sus negocios personales: monetiza el acceso al poder a través de su criptomoneda y castiga con herramientas regulatorias a instituciones que resisten sus demandas.
Por eso, lo inquietante no son solo los hechos, sino cómo hemos aprendido a convivir con ellos sin apenas inmutarnos. La saturación de escándalos nos anestesia: nos indignamos un ratito en redes y pronto pasamos página, como si nada. Hemos desarrollado una fatiga peligrosa que nos hace pensar que «así son las cosas ahora» y nada nos hace ya reaccionar.
La pregunta por lo tanto que me planteo ya no es si estos actos son legales o ilegales, sino qué tipo de acciones de los gobiernos que nos dirigen estamos dispuestos a aceptar. Porque cuando el silencio se convierte en complicidad, cuando la indignación se queda solo en comentarios de Whatsapp, estamos olvidando lo vital que es mantener viva la rabia ante lo que no debería ser normal.