OPINIÓN
La humanidad
Nos hemos habituado tan rápido a vivir conectados que hemos olvidado cómo era el mundo antes
Salí de Cádiz cuando ya sabíamos que media España estaba a oscuras. La ciudad ofrecía una imagen poco habitual: sin semáforos, los conductores se respetaban y cedían el paso por simple cortesía. Al incorporarme a la autovía, noté algo aún más sorprendente: coches circulando sin ... prisas y respetando los límites de velocidad, a pesar de que todos sabíamos que los radares, como los semáforos, estaban inutilizados.
Durante cuarenta kilómetros, observé una conducta ejemplar, sin necesidad de vigilancia. No hubo adelantamientos peligrosos ni presiones al vehículo de delante. Era como si, al fallar la electricidad, hubiéramos recuperado cierto sentido de responsabilidad colectiva.
El apagón nos devolvió, sin previo aviso, a un pasado no tan lejano que algunos ya no recordábamos y otros ni siquiera conocieron. Un mundo donde las personas hablan sin mirar pantallas, donde para orientarse hay que preguntar a alguien, donde el tiempo transcurre de otra manera sin el constante zumbido de notificaciones.
Es curioso lo rápido que damos por sentados los avances tecnológicos. Hace poco más de treinta años, los teléfonos móviles comenzaron a popularizarse, y el acceso a internet en casa era todavía un lujo para pocos. El lunes bastaron unas horas sin electricidad para que muchos contemplaran estos hechos con auténtica sorpresa, como si descubrieran por primera vez lo profundamente dependientes que somos estos progresos. Nos hemos habituado tan rápido a vivir conectados que hemos olvidado cómo era el mundo antes.
Hubo incomodidades, por supuesto. Incluso consecuencias trágicas que no debemos minimizar. Pero también apareció esa solidaridad espontánea que emerge cuando la tecnología nos abandona: vecinos compartiendo velas, desconocidos ofreciendo direcciones, comerciantes fiando porque las tarjetas no funcionaban.
Cuando regresó la luz, volví a la normalidad con cierto alivio. Pero también con la sensación de haber visitado un mundo más lento y quizás más humano, al que solo accedemos cuando algo falla. Como si necesitáramos quedarnos a oscuras para ver con más claridad.