OPINIÓN
Me hago mayor
La flexibilidad de pensamiento es esa habilidad que nos permite doblarnos sin rompernos, como un tallarín cocido al dente
«Los jóvenes de hoy no saben de nada, solo piensan en sí mismos y en sus redes sociales. No tienen la menor idea de lo que está pasando en el mundo real». Esta frase bien podría estar dando vueltas en su mente antes de comenzar a leer esta columna. Y si así es, lamento comunicarle que esta actitud cerrada y rígida es un ejemplo de su falta de flexibilidad mental. Pero tranquilo, no está solo. Aunque no lo sepa, son, o mejor dicho, somos muchos, en mayor o menor medida, los que padecemos rigidez mental en esta sociedad.
La flexibilidad de pensamiento es esa habilidad que nos permite doblarnos sin rompernos, como un tallarín cocido al dente. En un mundo donde las manías y egoísmos nos tienen más rígidos que una barra de acero, considero que es importante agarrarnos a la incertidumbre y celebrar en cierta medida los cambios que nos abordan cada día para luchar contra este mal. Después de todo, como dijo el gran Mick Jagger, «no puedes siempre obtener lo que quieres pero sí obtener lo que necesitas».
¿Y por qué me da por escribir sobre este tema? Pues porque me hago mayor y temo que mis creencias más férreas me impidan ver otro horizonte. Porque cada vez me vuelvo más maniática y me horroriza mermar mi capacidad de cambio. Analizando la situación, me he dado cuenta de que la plasticidad es una habilidad crucial en nuestra vida diaria, que nos permite adaptarnos, superar obstáculos y resolver problemas de manera efectiva. Sin embargo, también detecto que en la sociedad actual, parece que cada vez más personas carecen de esta habilidad, especialmente cuando se trata de temas relacionados con las creencias y la política. ¿O será que todos los que me rodean se hacen mayores al mismo tiempo?
En este espacio interconectado y diverso en el que nos ha tocado vivir, es esencial que sepamos escuchar y considerar diferentes perspectivas. Sin embargo, muchas personas se aferran a sus pensamiento y opiniones con una rigidez que les impide ver más allá de su propia visión del mundo. Esto está llevando sin duda alguna a la polarización, la intolerancia y el conflicto, lo que a su vez tiene consecuencias cada vez más negativas para la sociedad en su conjunto.
Algunos se niegan a escuchar opiniones que distan kilómetros de las suyas, mientras que otros recurren a argumentos ad hominem o a la descalificación personal en lugar de debatir sobre el fondo del asunto. También se da la tendencia de buscar información que confirme nuestras propias creencias, mientras se ignora o se descarta la información que las contradice. Los hay que recurren a su educación y al entorno social en el que han crecido, lo que puede haber limitado su exposición a diferentes puntos de vista. En otros casos, puede ser el resultado de experiencias personales que han llevado a una persona a adoptar una postura rígida e inflexible. Además, la influencia de los medios de comunicación y las redes sociales también puede contribuir a la polarización y la falta de diálogo constructivo.
Sea como fuere, para superar esta carencia de flexibilidad mental, creo que es necesario fomentar una cultura de diálogo y apertura a diferentes perspectivas, promover la educación y la formación en habilidades como la empatía, la tolerancia y el pensamiento crítico, y buscar información diversa y contrastada. Viajar, leer libros y artículos sobre diferentes temas, y participar en debates y discusiones con personas de diferentes orígenes y creencias pueden ayudarnos a ampliar nuestra perspectiva, aunque nos ponga nerviosos o nos aburra, reconozcámoslo.
Así que, en lugar de aferrarnos a nuestras creencias como si fueran la última Coca-Cola en el desierto, abramos nuestra mente y dejemos que la curiosidad, ponernos en el lugar del otro, nos lleve a lugares inesperados. ¿No parece tan malo, verdad?
