OPINIÓN
¿Enemigos?
Cualquier cuestión, ya sea un equipo de fútbol, una serie de televisión o la última decisión política, basta para caldear el ambiente y crear bandos
Cádiz
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Iniciar sesión«Tenemos una facilidad de odiarnos… Es que no hace falta ni un enemigo, porque te lo inventas» , dijo hace unos días Fito Cabrales en una entrevista para Europa Press, y no puedo estar más de acuerdo. Aunque el roquero se refería a las guerras que nos asolan, yo no pude evitar pensar en el día a día. Llevamos tanto tiempo enfadados con el mundo que solo el desacuerdo hace que nos encontremos.
En las redes sociales, en los bares, e incluso entre amigos. Cualquier cuestión, ya sea un equipo de fútbol, una serie de televisión o la última decisión política, basta para caldear el ambiente y crear bandos.
Si fuera Pérez-Reverte, haría el siguiente símil: más que conversar, apuntamos; más que escuchar, disparamos. Esto de radicalizarnos se ha convertido en una especie de deporte nacional no declarado, y el problema es que este tira y afloja agota.
Por otro lado, la advertencia de Fito resuena como algo más que una reflexión improvisada. Apunta directamente a una enfermedad social más profunda: la necesidad de tener un enemigo para sentirnos alguien. La fatiga que causa la polarización se siente como un cansancio colectivo que, en muchos casos, se transforma en mutismo forzado. El silencio de quienes prefieren callar antes que exponerse al linchamiento. Ante la impotencia de los que intentan tender puentes y solo reciben sospechas de ambos lados del río, impera la sensación de que cualquier intento de diálogo está condenado al fracaso antes de empezar.
Por eso, quizás ha llegado el momento de hacer algo impensable como es escuchar. No para dar la razón al otro, sino simplemente para comprender qué dice. Recuperar la conversación como un espacio de encuentro, no como un campo de batalla. Tal vez ahí, en el gesto humilde de volver a hablar sin buscar quedar por encima, empiece a curarse la herida que Fito describe con tanta precisión: la de una sociedad que ha olvidado que no todos los desacuerdos son guerras, ni todos los que piensan distinto son, por definición, nuestros enemigos.
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