¡Taxi!

Soy más del pasodoble de Los Simios y de aquello que decía «pero no robes a un taxista que está ganándose el pan desde las claras del día hasta el mismo filo de la madrugá»

PDicen que cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas. O al menos eso es lo que hacía Lucifer antes, cuando el verano era verano y había moscas que espantar. Ahora, con el cambio climático, y con el cambio digital, lo que hace el demonio, cuando le sobra el tiempo, es viralizar –qué término más horrible- alguna tontería en las redes sociales para que la gente esté entretenida y, sobre todo, para que el rabo pueda seguir azotando a los moscardones. Duran muy poco las sacudidas, afortunadamente, y en lo que usted termina por enterarse de lo que se cuece en las redes, ya hay otro rabo coleando. En fin. Es el signo de los tiempos, no me cansaré de decirlo.

La penúltima de Twitter, sin embargo, está durando más de la cuenta. Quizá porque este rabo es más largo de lo que acostumbra a lucir el demonio, o quizá porque, en el fondo, por mucho nombre sofisticado, ‘Sco pa tu manaa’ es lo que llevamos haciendo toda la vida, opinar. Opinar de manera rápida, indocumentada, amparados por la ley de la inconciencia y bajo un solo título preliminar: «ábrete boca, y di lo que quieras». ‘Sco pa tu manaa’, que desde una perspectiva gaditana suena demasiado evocador, está llenando la red del pajarito azul y nadie se pone de acuerdo de dónde procede; de Zambia, traducido como «deber de expresar la opinión sobre un tema»; de Hawai, entendido como «a qué te recuerda esto» o incluso de Ghana donde significa «¿qué opinas de esto?»

Da lo mismo. ‘Sco pa tu manaa’ rige la vida diaria, y nadie está tan libre como para tirar la primera piedra. Cualquier excusa es buena para opinar, porque somos opinadores natos. De política –sobre todo–, pero también de economía, de ciencia, de tecnología, y hasta de seguridad, como la alcaldesa de Benaocaz que después de liarla con los boinas verdes y las fiestas del pueblo, se hace un ‘sco pa tu manaa’ de estos diciendo que «¡Ahora sí que va a venir gente a las fiestas para ver si hay boinas verdes o no», y haciendo de la amenaza la mayor de las oportunidades «me lo tomo como una anécdota positiva». Ya sabe, el que no se consuela es porque no quiere. O porque no puede.

Todo esto venía a colación del gran ‘sco pa tu manaa’ que están protagonizando el sector del taxi, la empresa Uber y todo el que se quiera subir al carro, en relación a su reciente implantación de la empresa de VTC en la bahía de Cádiz. Cierto es que, como los ombligos, en este tema cada uno tiene su propia opinión; pero también es cierto que la polémica creada no tiene apenas recorrido, a pesar de los apoyos de nuestro alcalde y su defensa a ultranza tipo «defender al sector del taxi es defender lo público», que como primer verso para un poema épico estaría muy bien, pero que no tiene demasiado sentido –¿taxi y público en la misma frase?–, teniendo en cuenta que es un servicio público, de acuerdo, pero es privado, privadísimo.

No voy a caer en la tentación de posicionarme al respecto. Porque he sido, y soy usuaria –me gusta decir consumidora– de taxis desde hace muchísimos años. Y también he sido defensora del gremio –como Encarna Sánchez– porque, siempre he pensado que las críticas al sector, ya sabe, los precios abusivos, la actitud chulesca de algunos conductores, su indumentaria, la picaresca en los trayectos y todo eso, forman parte de un catálogo de prejuicios que se han ido conformando en torno al taxi y que no siempre se corresponden con la realidad. Soy más del pasodoble de Los Simios y de aquello que decía «pero no robes a un taxista que está ganándose el pan desde las claras del día hasta el mismo filo de la madrugá». Y por eso he pasado por alto malas contestaciones, coches sucios, la imposibilidad de subir a un taxi con mis tres hijos pequeños porque solo tienen cuatro plazas, las tardanzas, el no tengo cambio, la música estridente, las ventanillas abiertas…

El problema no es Uber, y creo que el gremio del taxi lo sabe muy bien, por mucho que estén vigilando y disuadiendo a los conductores de la nueva empresa. Tenía que llegar y ha llegado, como en todas las ciudades. Llámeme capitalista, liberalista o como le parezca, pero creo que los monopolios no son buenos y que la competencia puede ser una gran oportunidad para un sector que siempre ha sido mirado con recelo. El presidente de Radio Taxi, Rafael Reyes lo tiene tan claro «nosotros debemos preocuparnos por mejorar y modernizar nuestro servicio». Esa es la clave, mejorar y modernizar.

Verá. Los taxis en Cádiz no son especialmente caros pero al usuario de hoy le gusta saber cuánto va a pagar y cómo puede pagarlo. Es impensable que los taxis aún no dispongan de datáfonos ni informen previamente de cuanto cuesta la carrera. Es impensable que no esté normalizado el servicio para más de cuatro personas y que, a pesar de las 23 licencias de coches adaptados para personas con movilidad reducida, sea tan difícil encontrar uno, sobre todo por las noches. Resulta desagradable que el conductor lleve puesta la radio a un volumen que sería perjudicial hasta para la OMS, y resulta desagradable que ni se moleste en abrir el maletero cuando tienes que sacar tu equipaje.

Ya ve. Lo tenía que decir y lo he dicho. Pero también tengo que decir otra cosa. El sector del taxi paga sus impuestos y su licencia en nuestra ciudad. Protegerlos es como proteger al pequeño comercio, como protegernos a nosotros mismos. Píenselo.

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