OPINIÓN

Aislamiento

El aislamiento de los seres humanos consiste en quedar al margen de los principales flujos comunicativos del mundo moderno

Los seres humanos nos diferenciamos del resto de los animales porque nos comunicamos entre nosotros gracias al prodigioso medio de la palabra. El desarrollo de nuestra sociedad depende de la cantidad de comunicaciones que seamos capaces de intercambiar entre nosotros usando esta vía. Cuanto ... más densa la red comunicativa, mayor desarrollo social , lo que implica mayor complejidad. Esta red es la que hoy en día parece ofrecernos un horizonte de libertad ilimitada. Pero también la red que nos esclaviza y nos hace sentir que vivimos en un mundo de locos.

Hace ya algunos años, mi amigo Stephane Braud, el ‘pescador de azules’, quien anda ahora explorando una exitosa variante warholiana del arte povera en sus serie de cubos de pigmentos, me ofreció la impagable ocasión de penetrar hasta lo más profundo de esa cordillera del Atlas que, como el espinazo de un monstruo antediluviano, atraviesa en diagonal al vecino país marroquí. En una de las etapas de este periplo viajamos desde Marrakech hasta el ksar bereber de Ait ben Haddou . Un recorrido de unos doscientos kilómetros por sinuosas carreteras de montaña asomadas a precipicios y pistas de tierra que surcaban la inabarcable aridez de los paisajes. El cine ha hecho famoso a este alcázar, pues entre sus muros y torres de barro rojo se han rodado películas como Gladiator, La última tentación de Cristo, La Momia e incluso algunos capítulos de Juegos de Tronos.

En las humildes edificaciones de adobe que, dentro de su recinto amurallado, aún se mantienen en pie frente a la erosión de la historia y los continuos embates del abandono, encuentran cobijo algunas familias, apenas una docena, que sobreviven exclusivamente de lo que la dura estepa les ofrece. Dátiles, higos, mantequilla y leche de cabra, pan, aceite, huevos y carne de oveja y pollo. Desde uno de los deteriorados adarves de la antigua fortaleza pude observar el desayuno de una de estas familias en el patio de tierra de su casa. Dos niñas de escasa edad y su madre mojaban un trozo de pan en un cuenco de té antes de llevárselo a la boca. La mujer, percatándose de mi presencia, me invitó a bajar. Acepté el ofrecimiento y, a cambio de la propina de un euro, cantidad quizás equivalente al valor de una jornada de trabajo de su marido, me mostró el interior de su humilde morada. Unas habitaciones oscuras, con canastos colgando de techo y unos cuantos jergones. En uno de estos dormía un hombre al que evitamos sacar de su descanso.

La mujer, flaca, con su pelo cubierto por un pañuelo, ataviada con un vestido salpicado de corazones rojos y su mirada perdida en un futuro sin esperanzas, subió de nuevo conmigo al adarve para describirme desde allí, en un francés muy rudimentario, los hitos más significativos en un horizonte que se fundía con las primeras dunas del Sahara.

El aislamiento de los seres humanos consiste en quedar al margen de los principales flujos comunicativos del mundo moderno. Sin radio, ni televisión, ni teléfono móvil, ni Internet, los días de gente como esta transcurren anodinos y monótonos desde el nacimiento a la muerte. Le pregunté a la mujer si había llevado una vida feliz en ese aparatado lugar. Su respuesta, plena de resignación, fue que había nacido allí.

Vivir alejados de la red comunicativa significa aislamiento. Hacerlo en lo más denso de ella significa confusión. Pero nosotros hemos nacido aquí. Quizás tampoco nos quede otra que echar mano de la resignación.

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Ver comentarios