OPINIÓN

Mis problemas con el carné de gaditano

Como no me he tirado del Puente Canal y el Cádiz me es indiferente, no puedo ser un ciudadano pata negra

Pues llegó el día. Después de la reivindicación de muchos colectivos y grupos influyentes en la ciudad, las administraciones se pusieron de acuerdo para que se repartieran los carnés de gaditano. Con ellos, el portador puede gritar a los cuatro vientos que sí, que es ‘de Cadi Cadi’ (el término oficial levantó no pocas ampollas) y que nadie puede achicarle a la hora de reivindicar su pasado fenicio y su pensamiento libre. No fue fácil porque todos los implicados quisieron establecer sus propias fronteras pero el consenso fue posible y se estableció el mapa en donde encajara nuestro querido gentilicio.

Llegué a la oficina, colocada por mor de la coherencia en el barrio de La Viña, para tratar de acreditar mi gaditana condición. «Esto se acaba enseguida, caballero, ¿ha traído la partida de nacimiento? Ah, que no nació usted en la ciudad... bueno, vamos a ver, seguro que hay algún resquicio».

No sé si a ustedes les ocurre pero a mí al primer revés administrativo ya se me encoge el alma con la sensación de que voy a acabar detenido. La funcionaria quería colaborar. «¿Ha traído usted su carné de socio del Cádiz? ¿O puede usted jurar sobre este libro de Fernando Quiñones que no hay más dios que Mágico González y que Pepe Mejías es su profeta?» Decir que el Cádiz me es indiferente –y que hubiera preferido un Aquasherry a la ampliación del Carranza– y fruncir ella el ceño fue todo uno.

«Bueno, si presenta usted el recibo pagado de alguna de las hermandades de penitencia, no creo que haya muchos problemas en ponerle el sello». Con un gesto menos discreto de lo que ella pensaba, avisó al de seguridad de que yo estaba causando problemas cuando le respondí que, para mí, lo mejor de la Semana Santa era irme donde no me encontrara con una procesión.

«Y el Carnaval, ¿qué? Me parece que usted se está equivocando de oficina, ¿de ver que no prefiere ser de Cuenca?» Le respondí que durante tres semanas el cuplé era mi casa, pero que cuando retiraban las luces, se me quitaban las ganas de escuchar coplas. Lo último que acerté a decirle es que no me bañaba en La Caleta ni me había tirado del Puente Canal. Volvió la cabeza y, ya sin mirarme, gritó: «el siguiente».

Así que ahora estoy reuniendo los papeles para presentar las alegaciones. Tengo el IBI, el empadronamiento, las notas de preescolar en la Institución, la vida laboral y el impuesto del coche. Pero ya me han advertido de que no servirá de mucho. Según los criterios que eligieron aquellos que nunca fueron elegidos por nadie, no podré sacarme el carné de gaditano.

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