El inspector llega a la ciudad

Cuando al inspector Gutiérrez le destinaron a aquel destino del sur del país, sopechó que el acento y el clima le harían más daño que los delincuentes

Durante los meses de julio y agosto, a modo de divertimento, retomo la vieja costumbre en prensa de emplear la columna de opinión como solaz literario. Cualquier parecido de los hechos con la realidad es pura coincidencia.

El inspector Gutiérrez suspiró cuando le enviaron a aquella ciudad del sur. No le gustaba Andalucía. Tras más de 20 años investigando en Palencia había cogido el gusto al carácter castellano y renegaba de un destino en el que, aventuraba, el calor y el acento le harían más daño que los criminales.

Apenas puso pie y placa en su nuevo destino, le sorprendió que al pedirle al taxista que le llevara a Comisaría éste le preguntara si se refería a la buena o a la mala. Venía quemado del frío aire acondicionado del tren, así que lacónicamente le replicó: «Donde vaya usted a hacerse el DNI». Eso supuso un nuevo problema, ya que el taxista no estaba empadronado en la capital por aquello de no perder puntos para matricular a los hijos en los Salesianos, sabe usted. Gutiérrez nunca destacó por su paciencia. Sacó la placa y se la enseñó para exigir respeto. Con sepulcral silencio llegaron a las cercanías del Estadio.

«Quédese con la vuelta», le dijo el inspector a su antes parlachín cicerone que, con los nervios, había llevado a Gutiérrez a la Jefatura de la Policía Local. Que llevara una china de hachís en la guantera de su Citroen –«esto es mejor que el lexatín», solía decirse–, le descolocó. El oficial nunca supo cuánto mal le había hecho ese alijo que se escapaba por la avenida.

Gutiérrez entendió en cuanto vio el edificio, y el circuito de infantil conducción que tenía adosado, que o las cosas ahí eran muy distintas o ése no era su destino. No quiso dar pie a bromas como le pasó al salir de la academia, así que prefirió preguntar a un transeúnte por la comisaría. Tres turistas más tarde, se rindió a Google, que le situó a tres kilómetros su destino. «Habría tardado menos desde la estación», maldijo y, orgulloso como era, se negó a coger otro taxi.

Cincuenta minutos más tarde, fatigado por ir con su macuto a cuestas, llegó a su destino. Allí se entretuvo con la portada de uno de los periódicos locales de esa ciudad en la que con tan poca fortuna había debutado. La edición del día contaba que un alto mando policial acababa de ser detenido por su relación con el narcotráfico. Martín, que le daría más de un disgusto en las siguientes columnas, fue quien le dijo que al quinqui que tenían esposado se lo llevaban a otra comisaría porque ahí no tenían calabozos... La sirenita del coche patrulla, escalofríos a él le dio.

(Continuará la próxima semana)

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