Cobardes y 'cobardas'

El vídeo de las dos adolescentes humillando a una señora discapacitada evidencia como las redes sociales nos están haciendo dando pasos para atrás en la educación de nuestros menores

Toda la vida han existido. Cambian los nombres y evolucionan las formas. Pero son los mismos. En mi época eran los abusones. Luego les llamamos acosadores. También ciberacosadores. Ahora no tengo ni idea. Pero son los mismos. Unos malnacidos. Crueles, despiadados –qué palabra más antigua–, ... brutales, incapaces de sentir compasión por sus víctimas. Y cobardes. Sobre todo cobardes, porque siempre eligen al débil, al que no puede defenderse, al que saben que no les va a plantar cara. Toda la vida, en todos los colegios, en todos los institutos, han existido. ‘Bullyng’, dicen que se llama. Por pura estadística, usted, tenga la edad que tenga, habrá presenciado algún caso alguna vez. No necesariamente grave. Quizá ni siquiera en ese momento era consciente de lo que de verdad ocurría. Y con el tiempo lo descubrió. Porque existen muchos niveles. Desde poner un mote por un simple defecto físico –el bizco, el gordo, el cabeza...–, a acoso psicológico –que se lo digan a miles de adolescentes homosexuales–. Y por supuesto agresiones físicas. Auténticas palizas. En un tramo aproximado de los 10 a los 17 ó 18 años todos los niños y adolescentes conviven con ello. Unos como verdugos, otros como víctimas, otros como testigos silenciosos y los menos, como defensores de los afectados. Es una edad complicada para tratar de destacar en algo que no sea lo que dicta la mayoría.

Es consustancial a nosotros, ya lo sabe. Son etapas que afortunadamente quedan atrás aunque no pocas veces dejan secuelas a quienes lo sufren. Ocurre que en los últimos años este tipo de comportamientos se están multiplicando de forma alarmante y el motivo es muy claro: los teléfonos móviles y las redes sociales. Antes se abusaba y se contaba en el recreo. Y muchas veces ahí se quedaba, en el patio del colegio. Ahora se abusa y automáticamente se sube a internet. Lo que provoca un efecto multiplicador. Con otra característica curiosa: antes era un asunto casi exclusivo de los niños, del sexo masculino, en una patética y perversamente errónea manera de demostrar masculinidad. Ahora, ‘igualados’ como estamos a base de gritos de las ultrafeministas, lo hemos hecho en esto también. El último ejemplo lo hemos tenido esta semana. No sé si ha visto el vídeo de dos chicas de quince años humillando a una señora discapacitada de 65 en Conil, a la que quemaron el pelo, raparon y vejaron de forma inhumana, entre risotadas mientras se grababan y pensaban el éxito que iban a tener en sus redes. Da pavor. Su falta de empatía hacia una persona que bien podría ser su propia abuela, su tono burlesco y cruel. En ningún momento se paran a pensar en el daño que provocan, sólo piensan en lo que se reirán sus amigos cuando vean el vídeo. Hablarles de moral, de valores, de no hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros sería como tratar de explicarles la entropía y el orden de las partículas del universo, simplemente no lo entienden. No lo procesan.

Según nos vamos haciendo mayores todos tendemos a pensar que en nuestra época éramos mejores, que los jóvenes de hoy en día no saben comportarse, que ya nada es como antes. Los de mi generación se lo oímos a nuestros abuelos, después a nuestros padres y ahora nos sorprendemos a nosotros mismos pensándolo para nuestros adentros. También es consustancial a nosotros. Probablemente no siempre ha sido así, ha habido generaciones que han mejorado a las anteriores. Pero tristemente creo que esta vez sí que estamos dando pasos hacia atrás. Seguramente sea injusto generalizar. Ya digo que los abusones han existido siempre. Pero es que ahora tienen unos altavoces increíbles para pregonar sus hazañas. Y desde luego hacen mucho más ruido a través de unas herramientas que no saben manejar. En algún momento tendremos que pararnos a pensarlo y tratar de buscar soluciones. Que se nos está yendo de las manos.Si no se nos ha ido ya.

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