Opinión

Gutiérrez y las piedras en el camino

El inspector y Martín recibieron una bienvenida accidentada en aquella intervención en ese barrio castigado por la droga

Durante los meses de julio y agosto, a modo de divertimento, retomo la vieja costumbre en prensa de emplear la columna de opinión como solaz literario. Cualquier parecido de los hechos con la realidad es pura coincidencia. Puedes leer en estos enlaces el primer , el segundo y el tercer artículo del inspector.

Gutiérrez se levantó sobresaltado de la cama. Pisó la fría baldosa como quien no se acostumbra a que, a los pies de la cama, haya siempre un suelo esperando. Miró el despertador. Faltaban aún dos horas para que sonara la alarma. Pero una vez levantado, no se permitía nunca volver a la cama. Lo interpretaba como una rendición ante lo que el día le demandaba. «Si me echo atrás con las sábanas, ¿qué no haré ante uno de esos hijos de mala madre que te sacan la navaja antes de que pongas un pie fuera del coche patrulla?», pensaba a la que se flagelaba por ser tan dramático. El inspector se movía siempre en la frontera de imaginar que su vida era una película y la vergüenza por hacerlo.

Martín llevaba unos cuantos días de baja. La pedrada que le habían dado en la última redada le había dolido a toda la comisaría, pero sólo a ella le cabía el regalo de los trece puntos de sutura. La agente era el perfecto contrapunto de Gutiérrez. Nunca perdía el sentido del humor y mantenía una inquebrantable fe en el ser humano. Si Gutiérrez entró en el Cuerpo de Policía porque era lo que tocaba, ella lo hizo porque le apetecía. Mientras que Gutiérrez maldecía todos los días de trabajo menos el de paga, Martín era el único en el que gruñía.

Cuando participaron en aquella redada, en una de las barridas de ese pueblo de la costa que, ahogado por todos, se agarró a la soga ardiendo de la droga, todo parecía controlado. Las sirenas sonaban con fuerza, los motores de los coches patrulla gritaban sus prisas entre las calles. Los narcos estaban acorralados. «No se asomen a las ventanas», dijo Vidal por el megáfono del zeta. La mitad de los rostros eran de niños. Las madres insultaban a los agentes. Dos compañeros habían apresado al primero de los traficantes (en rigor, un camello jorobado del paro ajeno y la molicie propia), un 20% de Tony Soprano, un 80% del Vaquilla.

Se oyó un insulto. Martín no se movió de su puesto. Cuando llegó el chaparrón de piedras, apenas se quejó, hasta que vio cómo habían quedado las gafas de sol. Se las puso aparentado normalidad, pero la sangre cayendo a borbotones decía lo contrario. «Esto es lo peor de la droga, vuelve monstruos a la gente normal», sentenció grave Gutiérrez. «¿Te quieres ir ya? Lo peor es que con esta cicatriz a ver cómo ligo yo», respondió la agente antes de entrar en Urgencias.

(Continuará la próxima semana.)

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Ver comentarios