Gutiérrez y el horror de buscar piso

La mayor parte de los pisos que estaban libres eran para alquilar durante el verano

Durante los meses de julio y agosto, a modo de divertimento, retomo la vieja costumbre en prensa de emplear la columna de opinión como solaz literario. Cualquier parecido de los hechos con la realidad es pura coincidencia.

En el transcurso de sus primeros meses en la ciudad, el inspector había tenido que resolver unos cuantos casos. Estaba lo del perro de doña Esther Píscore, que decía que se lo había robado la vecina del segundo. Como el perro fuera de porcelana, haber llevado el lector de chips fue una pérdida de tiempo. La mera presencia del uniforme hizo que la ladrona confesara. «Más hace el lobo callando que el perro ladrando... aunque sea de porcelana», rió estentóreamente Martín. A Gutiérrez, que no entendió la referencia, le dio vergüenza.

Sin embargo, el caso más crudo al que se había enfrentado no requirió la escolta de las tres coronas de laurel. Al menos, no de forma directa. Fue la búsqueda de piso el asunto más complicado que tuvo entre manos el inspector. Era lo segundo que más le frustraba del destino en aquella ciudad del sur. Llegó en junio. La mayor parte de los pisos que estaban libres eran para alquilar durante el verano. «Por eso aquí no había pisos francos», se permitió Gutiérrez. Los propietarios le emplazaban a octubre, pero le recordaban que en San Juan debía marcharse.

Fue Vidal quien, viéndolo ante el ordenador resoplando, le resolvió: «Compañero –Gutiérrez odiaba ese tonito de sindicalista–, cada grupo controla un sector: el cobre, la farlopa, el tabaco... el de los pisos aquí lo llevan las inmobiliarias, nada escapa a su control. Por cierto, ¿este año subimos?» El inspector no sabía a dónde iba a subir él, quizá se refería el oficial a la segunda planta de la nueva comisaría. Pero le hizo caso en lo de las inmobiliarias. Descubrió que lo del 3% no era sólo cosas de los pujoles. Le enseñaron casas desvencijadas, con muebles que hubieran hecho fruncir el ceño al mismo Antonio Alcántara. «En esta zona, ya sabe... pero el piso está muy bien. Las tuberías las cambiaron hace tres años». Escuchó esa frase tantas veces que fantaseó con un emporio de plomeros en la ciudad. «Este barrio es súper tranquilo, amigo», le dijo un agresivo agente inmobiliario que no imaginaba que Gutiérrez había completado el informe sobre el narcopiso ubicado en el segundo. El interés de los potenciales caseros por su nómina era lo que peor llevaba. Él tachaba toda referencia a la Policía y sólo decía «soy funcionario». Dos semanas de paseos por las barriadas después, Gutiérrez se conformaba con un estudio interior con humedades. Entró con ganas de irse y con el compromiso del casero de que iban a pintar. Sabía que las dos cosas se retrasarían. (Continuará la próxima semana.)

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