OPINIÓN

Gutiérrez y los dos bandos

Durante los meses de julio y agosto, a modo de divertimento, retomo la vieja costumbre en prensa de emplear la columna de opinión como solaz literario

Durante los meses de julio y agosto, a modo de divertimento, retomo la vieja costumbre en prensa de emplear la columna de opinión como solaz literario. Cualquier parecido de los hechos con la realidad es pura coincidencia.

Gutiérrez encendió un cigarro mientras esperaba la llegada del comisario. Empezó a toser violentamente, con uno de esos accesos que parecen abrir las puertas de la muerte. Recordó el inspector que la chaqueta que llevaba se la había prestado Vidal, que el tabaco no era suyo y que él hacía 15 años que no fumaba. Los nervios le habían traicionado. Habían quedado en la calle para hacer más cercana la charla. Gutiérrez se hubiera sentido más cómodo si el comisario Santana hubiera llevado las dos coronas con el bastón en sus galones, y no esa camisa que le estaba demasiado grande. Se dieron la mano y se dirigieron a un bar cercano, al abrigo de oídos indiscretos. El comisario le pidió dos veces que le tutease. Al tercer desacato, imitó el usteo.

«Quiero que esté muy atento a lo que sucede en comisaría. Usted es el último que ha llegado y está menos contaminado. Pero creo que se ha dado cuenta de que hay dos bandos y se entorpecen entre ellos constantemente. Manténgame informado», explicó el comisario, que no había reparado en que las piñas de la camisa, si bien daban un aire más veraniego al veterano funcionario, le restaban gravedad a su discurso. Cada uno pagó su café y se separaron.

El inspector se había dado cuenta desde el segundo día de esa situación, pero no quería entrar en guerras similares a las que había visto en otros destinos. Y más en uno como éste, donde todo se polarizaba con vehemencia de tormenta. En ese destino, hasta el viento tenía dos bandos, trayendo calores de izquierda o humedades de derecha. En la ciudad del sur, unos veneraban al alcalde como un semidiós y otros le detestaban por traer remitente del infierno. Los que pensaban que la nueva peatonalización era una bendición negaban el saludo a quienes creían que, tras un maremoto que había sufrido la ciudad, ése era el peor de sus males.

Sabía el inspector que no podía y que no debía tomar partido por ninguno de los dos bandos en comisaría. Trataba de ser ecuánime dentro de lo poco que le interesaban los asuntos internos. Martín le advirtió: «ten cuidado no seas tú lo que una a todos éstos». En la comisaría, como en aquella ciudad, quedarse en medio de una guerra o de un carril bici significaba que podía arrollarte un compañero o un patinete eléctrico. Gutiérrez, fiel a su estilo, y recordando de dónde venía, acabó por rendirse. Tomando café con Martín y con Vidal, les dijo: «Iré con vosotros y con quien vaya perdiendo».

(Continuará la próxima semana.)

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