Célibes

Desde que Pablo de Tarso decretara que los flujos conyugales contaminaban la sangre consagrada de Cristo, el celibato sacerdotal en la Iglesia católica ha sido un asunto milenariamente debatido

Hubo una época oscura en que se llevó mucho el cura con sobrina. También el párroco con criada madura fue una figura familiar, y hasta cierto punto tierna, en el imaginario colectivo de una grey dispuesta, o más bien predispuesta, a comulgar con ruedas de ... molino. Entonces, desde las más escandalizables de las beatas a las altas mitras arzobispales, todo el mundo miraba para otro lado, disuadidos por la debilidad de la carne.

Desde que Pablo de Tarso decretara que los flujos conyugales contaminaban la sangre consagrada de Cristo, el celibato sacerdotal en la Iglesia católica ha sido un asunto milenariamente debatido. La última polémica el pasado mes de octubre. Convocados por el Papa Francisco, se reunieron en el Vaticano 185 obispos en el denominado Sínodo de la Amazonía. Se trata de seguir cosechando almas en medio del infierno de la implacable devastación del ecosistema selvático y la alarmante falta de fervor apostólico para continuar en la brecha abierta en su día por visionarios como Fray Bartolomé de las Casas.

El actual heredero de Pedro, del mismo modo que es preciso recurrir a mano de obra extranjera cuando falta el músculo nacional, parece dispuesto a hacerle un hueco en los altares a aquellos ‘viri probati’ (el socorrido latín, y su engañoso halo de prestigio) que gozan del necesario reconocimiento entre los indígenas como para hacerse cargo de la delicada tarea del apostolado, aun en el caso de que los futuros sacerdotes estén amarrados por los lazos maritales. La Amazonía bien vale un ‘sí quiero’, ha debido pensar el actual vicario de Cristo.

Pero hete aquí que eso ha debido interpretarse como la gota que colme el vaso de la paciencia del sector ultraconservador católico frente a las alegrías aperturistas del pontífice porteño. Tan alto se han debido de poner los gritos en los cielos, que incluso han sacado a Ratzinger de su letargo de ultratumba para que se preste a firmar un libro junto al cardenal angoleño Sarah, como estrategia mediática de urgencia para cortarle los vuelos al intrépido Bergoglio.

Los coautores del libro afirman que no podían callar y que su grito brota desde lo más profundo de sus corazones. Resulta curioso que el antiguo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que durante su pontificado no dudó en ofrecer refugio en los sótanos del Vaticano a innumerables delincuentes pedófilos, no pueda ahora morderse la lengua ante la posibilidad de que la ingrata labor pastoral recaiga sobre hombres, como expresa el tópico, felizmente casados. Hasta el himeneo podíamos llegar, han debido de decirse todos aquellos cardenales que han logrado sacar a Benedicto XVI de su emérito embalsamamiento.

Estoy dando las últimas pinceladas a este artículo cuando me llega la noticia de que, desde las catacumbas vaticanas donde el viejo Papa resiste, se le ha enviado a Sarah la consigna de que retire de la portada del libro el nombre de Ratzinger. La Iglesia católica suele apagar estos incendios hincando de rodillas a los protagonistas de tales tipos de revuelo para que amordacen con silenciosa oración sus voces discordantes. Da la impresión de que Francisco ha impuesto por ahora su autoridad y que va a recaer sobre curas casados la dura misión de continuar salvando almas de entre la imparable devastación de la selva, el desamparo de todos aquellos hombres que pierden cada día su hábitat ancestral y en competencia feroz con las nuevas doctrinas que también tratan de pescar en el río revuelto de tanta masacre.

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