Los bracitos del puente

«... 1969 fue un año en el que cruzamos el puente y dejamos de ser un istmo pegado a un país»

Tengo razones, más allá de las estrictamente biológicas y puramente personales, para afirmar que 1969 fue un año prodigioso en el sentido más literal del término, que según define el diccionario de la RAE es algo que excede los límites de la naturaleza, un acontecimiento ... especial o milagroso. Y algo así fue el año en el que fuimos a la Luna, no me lo negará. 1969 es el año en el que estalló definitivamente la primavera en Praga, el año en el que los Beatles publicaron el mítico ‘Abbey Road’ mientras John Lennon, que ya estaba a otra cosa, escribía la ‘Balada de John y Yoko’; el año en el que los disturbios de Stonewall parían la celebración del Día del Orgullo Gay, el año de Woodstock, el mismo en el que la secta de Mason acabó con el selecto glamour de Hollywood. El año, en el que el Concorde rompería por primera vez en la historia la barrera del sonido y el año en el que España organizaba por última vez el festival de Eurovisión, mientras cerraba a cal y canto la verja del Peñón de Gibraltar. En 1969 Mario Puzzo publicaba ‘El Padrino’ y Henri Charrière nos contaba su vida en ‘Papillon’; se estrenaron ‘Dos hombres y un destino’ y ‘Cowboy de medianoche’, ‘Supertramp’ tocaba sus primeros acordes y, mientras, sonaban el ‘Casatschok’ de Georgie Dann –sí, el mismo- y el ‘Sugar, sugar,’ junto a ‘Las flechas del amor’ de una Karina que ya entonces era igual de antigua que ahora, y Joan Manuel Serrat nos enseñaba los versos más hermosos de Antonio Machado.

El aperturismo se había instalado en nuestras playas y empezábamos a creernos aquello de que «Spain is different» al tiempo que asimilábamos que el turismo era –y sigue siendo- un gran invento. Franco se sacaba de la manga la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado y nombraba a Juan Carlos como sucesor, y los tecnócratas del régimen nos entretenían con las migajas del progreso y la carga de trabajo en los Astilleros Españoles permitía que, en las casas gaditanas, el pollo se incorporara a la dieta de los domingos. El Carnaval se escondía en las casetas de las Fiestas Típicas Gaditanas, entre ‘Los Fabulistas’ de Paco Alba y ‘Los Nuevos Aristócratas’ de Antonio Martín y el Cádiz jugaba apaciblemente en Tercera División. Nuestros propios ‘Beatles’, los de Cádiz, andaban de gira y el sol se ponía cada noche por La Caleta sin música y sin aplausos.

Fue un año prodigioso, se lo dije al principio. Fue el año en el que cruzamos el puente y dejamos de ser un istmo pegado a un país, como lo habíamos sido durante los últimos tres mil años. Si Amstrong, el astronauta, había dado un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad –dudo mucho que lo dijera, pero lo acepto porque soy una romántica empedernida-, los gaditanos dimos el 28 de octubre de 1969 el paso más grande de nuestra historia reciente, el que nos llevaba al otro lado, donde la tierra era firme y empezaba el resto del mundo.

El puente José León de Carranza, nuestro puente, cumple mañana 50 años. El proceso de construcción, ejecución y posterior financiación, fue uno de los más apasionantes de aquella España que ya vislumbraba un nuevo amanecer político, y no solo por la envergadura del proyecto, sino por lo que representó desde entonces para los gaditanos. Porque, por mucho que se empeñen en decir que no pesan los años y que los cincuenta son los nuevos treinta, lo cierto es que medio siglo son muchos años. Y a pesar de todo, y a pesar de los achaques, ahí está viendo pasar el tiempo –la cita es tan obvia como recurrente, ¡qué le vamos hacer!- como testigo de lo que fuimos, de lo que somos.

Y es que pocas edificaciones han conseguido mayor grado de identificación con los ciudadanos que lo que representa el puente Carranza para todos nosotros. Cantado hasta la saciedad, contado hasta la eternidad, y sentido por los gaditanos que han hecho –que hemos hecho- de él una seña identitaria, reivindicativa y propia como ninguna otra. Si no me cree, pregunte qué se siente al regresar de un viaje y cruzar esos mil cuatrocientos metros de bahía; pregúnteselo usted mismo. Es el camino a casa, nuestro particular camino de baldosas amarillas.

Porque el puente, nuestro puente, cumple cincuenta años. Y ha estado presente en los peores y en los mejores momentos de nuestra historia reciente. En nuestro particular Manchester de luchas y barricadas y cuando abría los brazos para recibir a los grandes barcos. Regalándonos las mejores vistas, y el fruto bendito de su vientre. Cuando nuestros jóvenes se han ido y cuando han cuando han vuelto con la derrota entre las manos. Desde aquel 28 de octubre de 1969 en el que fuimos a tomar el sol a Puerto Real.

El puente José León de Carranza no será el más alto, ni el más grande, ni el más moderno, ni el más bonito, ni el más premiado, y dentro de poco ya no será el más transitado. Pero es nuestro puente y cumple cincuenta años. Como yo.

¡Muchas felicidades!

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Ver comentarios