Opinión

La alegría de morir

Ésta es la historia de Noa, la niña holandesa de 17 años que ha fallecido en el salón de su casa

Ésta es la historia de Noa, la niña holandesa de 17 años que ha fallecido en el salón de su casa después de pedir la eutanasia que nunca se le concedió. Cuentan las crónicas que había sufrido abusos sexuales en su infancia y el trauma le había descuadernado la felicidad para siempre. Dejó de comer y de beber, murió en diez días y de pronto, a junio se le puso cara de octubre, como si el aire que hace unos días saltaba por aquí y por allá adornado con las risas de los niños de los parques se hubiera echado al suelo y la primavera se hubiera dado por vencida.

Cuentan que Noa sufría de trastorno depresivo y llegados a un punto, dijo aquello de «No puedo más y aquí me quedo». También cuentan las crónicas que los médicos habían sentenciado que su infelicidad era terminal y la tristeza, para siempre. La tristeza siempre parece eterna; ésa es su arma. La eutanasia plantea pintar la Capilla Sixtina con escuadra, regla y compás pues plantea los conceptos de lo intolerable y lo que es para siempre, que para un Estado resultan inabarcables. Lo insoportable es un misterio que no se puede compartir y por eso nos perdemos, perplejos y a oscuras, en este juego macabro y esta alegría de morir.

Sabemos que existen dolores insoportables y por tanto no se debieran tener que soportar por ley. Lo difícil es hablar de esto por ley pues la norma implica una línea. Porque ¿dónde dibujamos la frontera que separa lo que no se puede aguantar de lo que sí? Hay personas que transitan por la vida con asombrosa dignidad pese a que están postrados en una cama y para otros, este mundo es un infierno desde que les dejó una novia en segundo de BUP. ¿Y si cualquier padecimiento fuera reversible aunque de manera remota por medio del impulso del ánimo? A veces, la felicidad marca en el minuto 90. El sufrimiento es un arcano, por eso es imposible que un estado decida dónde comienza la vida y dónde se puede pedir la muerte, discernir si la muerte es un derecho que tenga que conceder el Dios-Estado y a quién. Será difícil saber a qué suicidas tendrán que salvar los bomberos y a cuáles tendrán que empujar por la ventana.

En Holanda, los niños pueden pedir que los maten con la edad en la que aún juegan con cromos y acuden al pediatra. La prensa publicó ayer que Holanda había concedido la eutanasia a la joven Noa, pero en realidad no era así. La historia real cuenta que se la habían denegado con 16 años. A qué acudir a la fuente, si era una noticia cuesta abajo, un titular tobogán, pero serviría a todos. A unos les valdría para denunciar los excesos de la eutanasia y la administración de la muerte por parte de la nación. Otros celebraban ya los avances de los países del norte, que siempre salen guapos en las fotos. En algún momento, los periodistas pasamos de contrastar noticias a contrastar prejuicios.

A la Ley nunca se le da bien la muerte porque de lo eterno solo entiende la poesía. Como en aquel poema de Cummings ha muerto Noa, que cabalgaba un caballo semental color de plata. «Dime qué has hecho con tu hermosa muchacha de ojos azules, señor Muerte».

Artículo solo para suscriptores

Accede sin límites al mejor periodismo

Ver comentarios