OPINIÓN

Alarma

La victoria electoral de Jair Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de la República Federativa de Brasil

Julio Malo

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La victoria electoral de Jair Bolsonaro en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de la República Federativa de Brasil, con el 46% de los votos, asusta al mundo como una máscara del mal. Bolsonaro ha pregonado su odio a la democracia, y exhibe con descaro una imagen chulesca de fanático compulsivo y agresivo, machista, misógino, racista, homófobo y autoritario, que desprecia los derechos humanos. Se dio a conocer cuando, al votar por la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, ensalzó la memoria del coronel Ustra, que la había torturado cuando ella solo tenía 19 años. Este militar golpista comandó un centro de detención durante la dictadura, en el cual se violaba a mujeres como Dilma, antes de someterlas a feroces tormentos. Bolsonaro puede ser presidente si el 28 de octubre obtiene más votos que Fernando Haddad, un brillante profesor candidato por el Partido de los Trabajadores, toda vez que Lula da Silva, a quien los sondeos pronosticaron el triunfo electoral, es enviado a prisión por un juez el pasado mes de abril, aplicando una condena, que aún no era firme, por la dudosa imputación de corrupción; actuación que anunciaba la deriva autoritaria en tan dilatado como complejo país, con la complicidad de la judicatura.

Muchas personas se preguntan cómo un alocado fascista puede acceder a la presidencia de uno de los diez países más poderosos de la Tierra. Un personaje contrario a los ideales democráticos que se suma a una secuencia funesta: Trump, Salvini, además de los gobiernos de Polonia y Hungría, y el ascenso de los grupos neonazis en muchos otros países europeos. Parece que si la crisis financiera de 1929 condujo al nazi-fascismo y a la guerra más sanguinaria de nuestra historia, la que se desencadenó hace diez años nos arrastra de nuevo al discurso tóxico de políticos mediocres que alcanzan el poder para satisfacer los instintos primarios de los segmentos sociales más rancios, ante el desesperado desencanto de las víctimas de la crisis. Podemos entender a estos políticos mediante las tesis de Bertrand Russell sobre las ideologías fascistas, ochenta años después de los análisis del pensador británico sobre los líderes autoritarios de su tiempo: «Valoran más el poder que la felicidad, la aristocracia a la democracia, la propaganda al rigor científico; imbuidos por un darwinismo vulgar, sustituyen el placer por la gloria y el conocimiento por la imposición pragmática de sus deseos».

El fascismo llegó tarde a España, Falange Española se funda en 1933, pues el triunfo de Hitler en Alemania atrajo el interés de cierta derecha radical que creyó en ese modelo, y en el de Mussolini, para acabar con la República; pese a lo cual no consiguen implantación popular hasta después del golpe de estado. Franco no accedió al poder como Hitler y Mussolini a través de partidos de masas, sino mediante una sublevación militar, apoyada por la población católica, excepto en el País Vasco. El franquismo se vincula a Alemania e Italia, cuyos ejércitos intervienen en la contienda, por eso concede protagonismo a una Falange próxima a las ideologías de sus aliados. Tras la derrota del nazi-fascismo, Franco sigue treinta años más, generaciones de españoles vivieron sin experiencia en derechos y procesos democráticos. Según la prensa brasileña, su país salió de la dictadura sin ajustar cuentas con 21 años de opresión y cuando esto ocurre las naciones pueden quedar condenadas a repetir su pasado. Si finalmente gana Bolsonaro, convendría que aquí se tomara nota de la lección.

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