OPINIÓN

El sentido de la vida

No renunciemos a un mejor destino, porque las cosas nos salgan como queremos

José María Esteban

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Paseaba solo, sin ningún rasgo externo que demostrara su interés en la dirección y ritmo de los pasos. Era como un vagabundo inconsciente en su caminar errabundo, pero necesario. Las calles y fachadas le acompañaban silenciosos y atentos, siempre alineados. Las suelas de sus raídos zapatos se pegaban a las texturas de los suelos, a veces secas, otras húmedas y las más de ellas muy duras y grises. Los surcos de los duros adoquines y las iguales losas de 36 cuadraditos, trazados como anónimos tableros de ajedrez, controlaban sus avances. Eran los sempiternos tutores de los rumbos tomados

Junto a este paseante inseguro, caminaba otro diligente, libre, claro en el andar y seguro de su ruta. Se entendía que ese recorrido le haría llegar a su destino definitivamente. No había comparación. Se notaba cierta fuerza de toda la vida, por una exigencia propia muy decidida. Sus andares, más amplios y diestros le hacían avanzar sin dilación, rápida y razonablemente. Su meta estaba probablemente más cerca. No había ningún tipo de vacilación en bajar el ritmo de sus pasos.

La vida nos sujeta a muchas formas de decidir los tránsitos. Desde el oscuro deambular de los que pasan de todo y no sienten ganas de luchar por la vida, hasta el acelerado impulso de quienes quieren llegar a todos lados. Entre ellos, se distribuyen muchos tipos de grises viajes, alimentando las distintas almas que sujetan la evidente carga de la existencia. Si, el sentido de la vida que cada uno de nosotros podamos tomar, es el motor que nos hace marchar. Es importante disponer de impulsos que nos creen la ilusión de cada día, con un afán cierto para echar arriba el cuerpo, llenarlo de confianza, vivencias reales y dichosas ilusiones.

Esta reflexión sobre el sentido de la vida, la coloco en estos tiempos, donde parece que nos preocupen más los destinos de un pequeño grupo de personas, que se van a dedicar a la cosa pública, que el de nosotros mismos. O los infames picos que impiden los cambios. Aunque sus logros, los sociales, deben ser conseguir la igualdad y calidad para todos, seguir vivos, no significa que debamos estar sometidos a los deseos de unos pocos votos, vengan de donde vengan. Nuestra prioridad debe estar en otro sitio. Deberíamos dedicarnos a lo que realmente nos eleva y hace sociedad. Sí, es necesario hacer una regresión hacia lo que nos agregue alimentando nuestros espíritus y no estar discutiendo, sin fin, unos con otros en el sentido de las investiduras y la caída de los, casi siempre, maliciosos poderes. Ellos, no tienen la importancia que le damos con tanto pábulo, aunque indefectiblemente haya que pararlos.

Por eso mismo, humildemente, os animo a seguir persiguiendo las metas propias que nos hacen auténticos en los destinos trazados. Podemos dirigir nuestros caminos, sabiendo de antemano que vivir honesta y respetuosamente cuesta lo suyo, a unos mucho más que a otros, según los escalones que nos toquen subir. Situémonos en la cordura evidente, positiva y sin cojeras.

No renunciemos a un mejor destino, porque las cosas nos salgan como queremos. Unamos lo posible a lo que nos haga felices, dando contenido a nuestras propias aspiraciones. Sintamos satisfacción con aquello que de verdad nos da ganas de ser personas con más ética y honestidad. Olvidemos los asuntos intrascendentes que, aunque elevados a la adoración de un altar, solo son aparentes y fatuos protagonismos, que nos enfrentan a unos más que otros, pero siempre muy pasajeros. Hoy cumplo 200 artículos, y aspiro irrenunciablemente a un mejor futuro. Salud.

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