Opinión
Un mundo desnudado
Las bombas siguen surcando los arcos celestes, ahora toca Irán, justificadas como siempre en miedos falaces, siempre lejos de Nueva York
La débil y anoréxica niña de ascendencia musulmana, de mirada desvaída y triste por lo duro de su existir, preguntaba a su amigo con apenas atisbos de presencia sobre lo difícil de estar allí. Los juegos se sustentaban con el removido polvo y los ladrillos ... rotos de las ciegas bombas que lo machacaban todo. Su niño afín, de faz afilada y misma desnudez, de posible descendencia judía, la miraba con ojos alicaídos y ansiosos, queriendo explicarle lo invivible de aquellas peligrosas tierras. Ambos, sin querer saber de donde procedían, figuraban un mundo de complejas preguntas y respuestas que apenas podían sostener el inmediato e infantil mundo que transitaban. La coincidencia vital nos sitúa en espacios donde es difícil explicar el dónde y el porqué.
Las guerras colocan a los que ni las buscan ni la quieren, solo las padecen, en destinos insoportables a los que se viene por la mala fortuna de la llamada. Nunca es posible palpar la realidad sino cuando te toca un delirante lugar de difícil existencia. La suerte vital te determina sin que nadie pueda explicártelo. La injusta supèrviviencia nos hace humanos de rara y distante categoría.
Las bombas siguen surcando los arcos celestes, ahora toca Irán, justificadas como siempre en miedos falaces, siempre lejos de Nueva York. Mañana quien sabe. Deciden belicosos cerebros y locos protagonistas de una realidad de superpsicópatas. Funambulismos sobre cuerdas de fanáticas defensas internas, donde ya nadie se fía de nadie. Un mundo del que muchos querríamos bajarnos, pero una inconsciente forma de girar por algunas absurdas mentes, nos lleva a turnos cada vez más vertiginosos y difíciles de frenar. Solsticios quebrados.
Pensemos que debe ser momentáneo y todo pasará tarde o temprano. Ellos quieren abrazarse, pero vivimos tiempos donde las locuras explosivas del anónimo y criminal dinero están en manos de perturbados. Un coctel mortal capaz de volvernos inestables asistentes en un alocado teatro de dementes. Salud, mientras la tengamos.