El Malecón

Esas luces del nacer y morir de los días, nos evocan las circunstancias del cíclico llegar e irse

José María Esteban

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Los atardeceres son semejantes a los amaneceres. Sólo les distinguen las vívidas y suaves luces de direcciones contrarias. Las despedidas lumínicas del poniente, suelen ser más cálidas. Cuando hay nubes, se colorean de malvas, violetas y fuegos de asombrosas cualidades. Los amaneceres son siempre más calmados, nítidos y tiernos. En nuestras costas, sobre todo en la zona donde el sol se pone en el húmedo horizonte, son incomparables. Esas luces del nacer y morir de los días, nos evocan las circunstancias del cíclico llegar e irse. Los primigenios pobladores de esta Bahía depositaban a sus familiares frente a la tierra firme, donde el sol se pone. Hemos defendido que Cádiz es más un concepto de contorno de Bahía, que de poblamientos concretos. Sus cementerios están en las islas frontales, donde también suceden los ocasos geográficos. Esa simulación es coincidente con el eterno ir y volver.

Elegir sitios, donde al pasearlos con los propios pensamientos, se une el disfrute fulgurante del sol y la Luna viniendo y yendo cada jornada, es muy necesario. Hay quien dice que ese caminar por el amarillento manto de arena o borde pétreo, separados por la mínima raya eterna de la gran mancha azul, produce ensueños visuales capaces de generar fenómenos ópticos únicos. El lúcido 'rayo verde', que nuestro añorado Fernando Quiñones elevó a la categoría de mito gaditano, es real y sucede. Raramente se puede visualizar en el diario baño de la gran bola de fuego, como decían los Cubatas. Tengo testimonio de ello. No hace falta ser un conocido fotógrafo o quimera de ello, para captarlo. Ningún avión surcaba el cielo dejando una estela ni una nube se clavaba vertical o inclinadamente en el plano piélago. Todo era nítido y simplemente ocurrió.

He paseado muchas veces por el Malecón de la Habana. Permanece en mí como una de mis mejores sensaciones. Allí el sol se pone por la masa construida de la ciudad, no por el mar. Es decir, los amaneceres y atardeceres suceden con luces contrarias a las nuestras, pero con una identidad muy especial. Cádiz y la Habana, soportan siempre una imagen especular. No es sólo la comparación entre el Campo de Sur, con un espejo atlántico sostenido abajo a 10 metros, con el Malecón habanero, en un Caribe a tan solo un par de metros. Las luces se proyectan y rebotan de diferente manera, pero el espectro de sus impresiones es el mismo. Aquellos largos paseos por la divina y bella ciudad isleña y estos cercanos por la nuestra, evocan densos encuentros con la historia común. La caribeña, fue hecha a imagen y semejanza de la ciudad de partida y retorno de flotas por sus ríos de plata y oro. Los ombligos de riquezas que acrisolaron el siglo más deslumbrante de ambas.

Intentaba explicarme como esos parajes y luces comunes para los habitantes de ambos lados del ancho mar, siendo parejos, eran tan opuestos en el discurrir vital de las personas. Las diferencias surgen cuando los hombres creamos interesadas y taimadas ilusiones de poder, con las que truncar lo trascendente. Las personas son las mismas, pero sus ideales e ilusiones, derivan en ambos lados de forma muy desigual, por decisiones de unos interinos.

Temo que, en estos años, con la impotencia pública de entenderse y ayudarse entre los simulados y opuestos conceptos ideológicos, nos enroquen más. No hagamos que, siendo las luces y el mar los mismos, se separen más los niveles. No nos quedemos en sempiternas discusiones que no permiten seguir las necesarias luces vitales, a las que todos tenemos derecho. Salud.

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