OPINIÓN

La maldad humana

Deberíamos recordar injustos genocidios de la especie humana, siempre de una u otra parte, porque nadie está libre de pecado, y evolucionar a futuro

José María Esteban

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Me resisto a traer asuntos a este rincón que, reiterados y acumulados con sangrientas imágenes, machacan duramente nuestros sentires. Pero es necesario denunciar la nunca superada e intransigente historia, que genera insufrible miedo y es la que más daño ha hecho a la humanidad. No son únicamente las religiones, ni las razas, ni siquiera los territorios, sino quienes dirigen con malévolas intenciones esas coartadas, que no son del más allá, sino del más acá.

Las despiadadas guerras, como esta recalcitrante y brutal de Israel contra Hamás, es algo irracional y atroz que sucede cada día, desde su origen. Qué cuidado se tiene en no decir contra Palestina, cuando se está exterminando a una inocente población civil, incauta, pero manejada como excusa y escudo por unos fanáticos de muerte. Israel posee una genética inquietud de ser desalojado de todos lados, como ha venido pasando en la historia, y deberíamos considerar razonablemente sus motivos. Quizás por ello, se defienden con mayor inquina. No sé por qué lo hacen, cuando el mundo está en gran parte, poblado y dirigido por ellos. Es la insana rutina de un lado y de otro, por incomprensibles diferencias raciales. Las guerras evidencian, como decía Thomas Hobbes que: «el hombre es el lobo del hombre», y seguimos en muchos sitios en lo primitivo de una manada.

Los territorios, han sido la inmoral justificación como continuo y sibilino motivo del comportamiento irrespetuoso. El planeta está lleno de innecesarias y sangrientas fronteras. Cuando definimos líneas artificiales como la de mayo de 1948, -suelo entonces palestino, aunque antes fuera del bronce, cananeo, persa, sirio otomano, heleno, romano, egipcio, filisteo, etc., incluso fuera también judío, claro que sí-, y las quebramos pensando que son de amplia propiedad eterna, abrimos la dañina caja de Pandora. Los religiosos, que hacen todo por el gran supremo, justifican sus acciones porque se los manda su dios, y yo no creo que ningún dios mande ajusticiar a ninguna mujer, hombre, ni mucho menos a un niño. Son los extremistas y fanáticos los que matan, ocultos, enfundados y armados por la señal del espíritu. Nadie más. Las sangrientas respuestas del victimismo, que situó una capital hace sólo 75 años, nos hieren la vida. No pueden en absoluto tener las mismas y terribles réplicas que los exaltados. Pierden la razón de su geografía, con infames y desalmadas guerras expansivas, alimentadas por el temor insaciable de ridículos dirigentes.

Seguiremos haciéndonos daño, porque el ser humano no solo ha inventado los avances culturales y técnicos para un mejor entendimiento y respeto por la diversidad, sino que no es capaz de desprenderse de esta insana, maldita y atroz piel irracional que magnifica la matanza.

Deberíamos recordar injustos genocidios de la especie humana, siempre de una u otra parte, porque nadie está libre de pecado, y evolucionar a futuro. Podemos entender, aunque no existieron nunca formalmente, que las tribus establecieran sus límites para que el viento y la lluvia no desdibujaran las zonas de caza y alimentación. Podríamos hasta comprender que hemos construido un mundo durante unos pocos miles de años para nosotros: los «homus dañinus irracionalis», que nos lleva a competir por las zonas más feraces. Después de tantos milenios no hemos sido capaces de asumir, lo demuestra esta maldita guerra y las que vengan, que todos somos iguales y que hay un derecho natural inalienable, que es la vida. Nadie es dueño de quitársela a nadie, ni siquiera nosotros mismos. Paz por favor, y que paren las guerras.

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