OPINIÓN
La ciudad más bella de Occidente
Aquellos paseos por los límites entre la tierra y el mar, alimentan con una mejor inteligencia de vivir a sus pobladores. La luz doblemente reflejada en intensidades y colores cambiantes, es la conveniencia disfrutable siempre desde el más intenso de los sentidos. Sus aromas tan peculiares, nos devuelven a un seno materno donde el contexto acuoso, inquieto pero muy seguro, brinda delicados olores. Sus sonidos son acertados aleteos de espumas cada cuarto de minuto, que acompañan los afinados tonos que nos sumergen y bambolean como aladas hamacas sureñas. Tocar sus barandillas, poyetes, roquedales o arenas interminables suspende los ritmos más contrarios y nos sostienen en las texturas más fronterizas. Finalmente, abrir las papilas al sabor de sus vaporosas esfericidades es tragar un contenido de sal, agua y aire mezclados en la proporción ideal. Sean días turbios o transparentes, violentos o calmos, la cercanía del mar es de las mejores sensaciones que podemos sentir.
Todas las ciudades costeras, además de amables y delicados habitantes llenos de historias y compases de vaivenes, tienen la inteligencia de pertenecer a dos mundos: el nuestro, y el de los seres que saben aguantar más la respiración. Son diferentes urbes, aunque las mismas, ya que su línea geográfica entre verdosa, azulada y espumosa, las cose como un gran collar de brillantes perlas. Todas las poblaciones que dan al mar son más exclusivas para vivirlas y disfrutarlas.
Cádiz, ejemplo donde nos toca vivir y sentir su hermosa generosidad, es una de las ciudades más bellas de Occidente. Aquello de la más antigua es solo competitivo y menos tangible. Si decimos que es de las más bellas, eso si que suena bien y seduce, que es lo importante. Pero vengan cuanto antes, porque Cádiz, de las más hermosas del mundo, está sufriendo un denso ataque que le está raptando la necesaria paz para disfrutar sus sentidos. Tanto visitante no ayuda a reconocerla y en breve quedará para muy pocos. Salud.
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