Opinión

Sevillistas

Estábamos, mi hijo y yo, embobados con el espectáculo de luz y sonido orquestado durante el relato de la alineación del Sevilla cuando el speaker dio la bienvenida a la afición cadista y recibimos el primer improperio de la noche

José Colón

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Acudí al Sánchez Pizjuán con mi hijo a ver jugar al Cádiz contra el Sevilla el ya sábado 21 de enero, en un partido que se presentaba muy atractivo por la situación de ambos equipos y por lo que se jugaban. En realidad, el partido fue una excusa perfecta para plantear una escapada con el pequeño de la familia y disfrutar de un par de días juntos y solos, toda vez que sus hermanas estaban de viaje.

Una oportunidad como esa debe aprovecharse y así lo hicimos: salida el sábado por la mañana hacia Sevilla, alojamiento en hotel cercano al estadio y recreo en aquella maravillosa ciudad. Antes de comprar las entradas consulté con un viejo amigo, compañero de la facultad, sevillano y sevillista ejerciente, sobre la idoneidad de las gradas. Solo me indicó que me alejara del fondo norte y que no habría problemas en ningún otro sitio, aunque me advirtió que, comoquiera que el clima estaba muy enrarecido por la deriva del club, anduviera preparado para cualquier cosa.

Evidentemente, eso me dejó preocupado. He acompañado al Cádiz en salidas a Madrid y a Barcelona, pero hasta ahora no lo había hecho en compañía de mi hijo y, evidentemente, ese factor suponía un motivo de alarma importante. Si estando solo puedo llegar a cruzar la frontera de la temeridad, la presencia de mis hijos me convierte en un cobardón y en mi cabeza cincuentona se rememoraban las batallas campales que se producían en los ochenta cuando los palanganas visitaban el Carranza. La consecuencia de ese canguele la sufrió el paciente coheredero de mis deudas, que pretendía lucir una elástica amarilla de forma bien visible y a quien le corté la idea de raíz. Como mucho, la bufanda; y ya veríamos si iría por dentro o por fuera del chaquetón.

Durante la fantástica tarde que pasamos previa al partido, nada hacía sospechar que la cosa se torciese. Numerosos cadistas se paseaban sin problemas por la capital luciendo colores -para cabreo de mi vástago y reproches a mi celo- y solo se recibían sonrisas cuando desvelabas tu procedencia, a quien te preguntara. Es decir, como siempre ha sucedido.

Pero lo que experimentamos en el estadio superó con creces cuanto pudiéramos imaginar siquiera antes de recibir los malos augurios. El recinto -una auténtica bombonera- estaba hasta la bandera de fieles rojiblancos, no siendo pocos los cadistas que nos dimos allí cita. Estábamos, mi hijo y yo, embobados con el espectáculo de luz y sonido orquestado durante el relato de la alineación del Sevilla cuando el speaker dio la bienvenida a la afición cadista y recibimos el primer improperio de la noche.

El primero y el último. Y, más que indignación, solo podía arrancar una sonrisa a quien haya leído algo más que un libreto de comparsa y se haya arriesgado más allá del Río Saja. El «saludo», por parte de un rincón de aquel «gol norte», vino a modo de cántico en el que se decía nada menos que «Cádiz es … sucursal de Jerez».

A partir de ahí, el resto del tiempo -que fue intenso, como recordará todo aquel que viera el partido- fue un ejemplo académico de lo que debe ser una afición deportiva: cánticos continuos, variados, exentos de exabruptos y con contenido (no oí un solo «lololo»), animación constante a su equipo, himnos coreados íntegramente y ni una sola salida de tono hacia el contrario. El colmo de la deportividad vino cuando oímos como, durante los saques de puerta de Conan, al consabido «eeeehhh» no le seguía ningún insulto, sino un clamoroso grito de «¡Sevilla!».

Servidor, que ha experimentado cómo la “afición señorial” merengue insultaba salvajemente a quienes no hacían más que luchar con sus armas frente a la todopoderosa maquinaria billetera; que soporta el aburrimiento de una afición culé gracias a las risas que me producen las enajenaciones mentales de los tractorianos; y que en el Carranza aguanta lo que tiene que aguantar, no podía dejar de usar este huequito para mentar algo que me parece notable y por lo que debe felicitarse a una afición y a una ciudad que solo sabe sumar puntos en positivo.

Ustedes lo comprenderán. Y, si no es así, solo puedo recomendarles que se den una vuelta por allí. Algo aprenderán.

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