AL FILITO

Rompéis España

Pero la realidad es la que es. Cuando te muestras endeble frente a un acosador, este prosigue y te exprime

José Colón

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Dudo que me lean muchos de aquellos a los que va dirigido el título de la columna de hoy: socialistas, podemitas y tumores políticos diversos que descomponen la Nación.

Una de las enormes diferencias entre la izquierda y la derecha sociológicas es, precisamente, la lectura. Estos últimos se dividen en dos grandes bloques: liberales, que, por antonomasia, gustan de nutrir su argumentario con opiniones y críticas de uno y otro bando; y conservadores, que suelen leer a sus opuestos siquiera para ratificar y conformar su propio criterio inamovible.

Sin embargo, deduzco que el sufragio pasivo izquierdista no debe leer ni siquiera a sus propias fuentes. Si lo hicieran, difícilmente podrían mantener su apoyo tras concluir cualquier libro de Historia, tratado, ensayo o novela -no subvencionados- y contrastaran lo descubierto con la realidad. Es más: apostaría a que ni siquiera se mira el contenido de sus papeletas de voto. De hacerlo, más de un choque emocional les produciría elegir como candidato para vivir de la sopa boba a quien de forma tan estentórea quiebra los principios éticos que tan estrictamente quieren imponer a los demás.

Porque este es otro rasgo definitorio de la izquierda: la implantación coercitiva de sus axiomas. La laicista y «libertaria» progresía no admite ningún tipo de contradicción a sus postulados. Allá donde ha gobernado, ha impuesto sus dogmas y prohibido, cancelado o censurado cualquier atisbo de réplica, cuando no ejercido la violencia directa contra los opositores. Y todo esto con el beneplácito de una masa aborregada carente de un mínimo sustento con el que pueda presentarse a un debate público.

La penúltima aberración que nos está tocando vivir es la entrega y rendición del Estado, puesto en bandeja para ser devorado por una jauría de deshechos sociales cuyo único vínculo entre sí es el odio. Una caterva de delincuentes ultranacionalistas, xenófobos de extrema caspa y sacristía, frutos visibles del apareamiento aldeano, tan miserables y cobardes que nos odian, precisamente, por nuestra debilidad y nuestros complejos.

Desde que comenzaron los temblores de Aquél (a quien recibían multitudes de brazos en alto en San Mamés o en el Nou Camp), estos engendros nacidos del resentimiento y la corrupción han ido minando los cimientos de la convivencia nacional a base de chantajes de sangre y dinero con la que han estado amenazando permanentemente la Paz de un país poblado por gente buena que no quiere volver a derramar sangre y solo aspira a que le dejen tranquila. Un aquietamiento este, tan generalizado, que ha culminado con la entrega del poder al tipo más execrable, podrido y ruin que haya conocido la política europea desde el fusilamiento de Ceacescu. Todo ello mientras el Rey asiste a regatas e inauguraciones y los partidarios de la monarquía justifican que el pobre hombre tiene las manos atadas. Una complicidad omisiva que tendrá que recordarse de algún modo.

Si no fuéramos tan débiles, tan acomplejados y tan cornudos consentidos, haría tiempo que en este país se hubiera llegado a una entente política que, englobando el sentir absolutamente mayoritario, hubiera impuesto la Ley y el Orden, con todos los medios a su alcance, allá donde se hubiera vulnerado, se hubiera reformado la ley electoral bajo el principio de «un español, un voto» y se habría demostrado que la endogamia natural de esas criaturas superiores solo les hacía aptos para encabezar una de esas atractivas y simpáticas cabalgatas de paja, cencerro y barro que de vez en cuando aparecen en algún documental de antropología.

Pero la realidad es la que es. Cuando te muestras endeble frente a un acosador, este prosigue y te exprime. Hasta que le sueltas el bofetón. Este, en este caso, aún no estaría a destiempo.

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