AL FILITO

La mediocracia

Hay quien lleva décadas subido al escenario sin haber dicho jamás nada que no cupiera en una nota de prensa

José Colón

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Hay libros que uno abre y le dejan un regusto de vinagre. «Mediocracia», del canadiense Alain Deneault, retrata nuestra época con una precisión insoportable: el poder ya no lo tienen los mejores, sino los mansos y serviles. Los que confunden el cargo con la inteligencia, el protocolo con la verdad y la foto con el trabajo. Los que reparten méritos como quien lanza confeti, pero nunca se manchan las manos.

El mediocre contemporáneo es un hortera con cargo que cree dictar tendencia. Viste como un catálogo de rebajas institucionales, combina el azul con la soberbia y el reloj caro con la sintaxis pobre. Se rodea de asesores que le aplauden a sueldo y de periodistas que le preguntan lo que él mismo les dicta. Su talento consiste en inaugurar lo inaugurado, firmar lo evidente y hacerse el héroe en los actos sin historia. No piensa, pero opina. No gobierna: administra su agenda y su cuenta corriente.

Deneault explica que la mediocracia es el sistema perfecto porque nadie parece responsable. Todo se decide en comisiones, en informes, en cafés discretos donde se reparten favores con acento institucional. Allí, la inteligencia es sospechosa, la ironía peligrosa y la duda un acto de traición. El resultado: un poder plano, sin alma, que sonríe mientras se devora a sí mismo.

Andalucía, como laboratorio del mediodía eterno, domina el arte de la gestión sin pensamiento. Aquí el mérito no se mide por lo que haces, sino por lo bien que asientes. Hay quien lleva décadas subido al escenario sin haber dicho jamás nada que no cupiera en una nota de prensa. Y lo celebran, claro, con vino oficial, lametazo y palmadita reglamentaria.

Quizá la única forma de rebelión sea no aplaudir. Pensar en voz alta, escribir sin permiso, reírse de los titulitos y de los cargos. Porque si la mediocridad es el nuevo poder, el pensamiento libre sigue siendo —pese a todo— la forma más peligrosa de resistencia. Y no les cuento ya si osan expresarlo.

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